Se
despertó en una limpia y blanca cama de hospital. Se sentía cansado, muy
cansado, y cuando volteó trabajosamente
su cabeza hacia la gran ventana que ocupaba casi toda una pared de la
habitación, advirtió que el día se estaba acabando... ¿Qué hacía allí? Junto a la cama, en la mesa de luz, había un
timbre. Lo presionó. Habían pasado apenas unos segundos cuando apareció una
joven luciendo un reluciente guardapolvo blanco.
-¡Buenas
tardes!- le dijo sonriéndole amablemente, a la vez que revisaba las lecturas de los monitores.
-Hola-
replicó el, cansadamente.
-Parece
que está mejorando…lo estábamos observando - dijo la mujer con una sonrisa,
mientras señalaba a una pequeña cámara ubicada en un rincón superior de la
habitación.
-¿Me
observaban? ¿Por qué? ¿Qué me pasó?
-Usted
nos ha tenido muy preocupados. ¿No recuerda qué le sucedió?
Cerró
sus ojos con fuerza por un momento –No, no recuerdo, no sé, me cuesta
concentrarme...
-Está todavía
bajo el efecto de sedantes...
-¿Sedantes?
-Sí, lo
trajeron en un estado deplorable, con fiebre muy alta, deshidratado y sufriendo
alucinaciones. Hubo que suministrarle antibióticos, suero y por supuesto tranquilizantes...
¿Está seguro que no recuerda nada de lo que le pasó?
Quedó
pensativo... ¿qué le habría pasado? Por lo menos sabía quién era...
Tenía
veinte y seis años, era ingeniero agrónomo y lo habían llamado de una gran
empresa forestal para comenzar a trabajar en Dos Ríos. De eso estaba seguro.
Recordaba con optimismo la idea de comenzar con un nuevo trabajo, en un lugar
tan cargado de recuerdos como ese... y la tristeza… ¿Por qué? Hubo un accidente...
¡Sí, estaba seguro que algo había pasado, algo grave y triste!
Los
ojos se le llenaron de lágrimas -¿Qué le sucede?- le preguntó la chica – ¿Se
encuentra bien?-
No
contestó. Su atención estaba enfocada en algo que lo apenaba hasta el borde de
las lágrimas. El accidente... y Ella...
Eduardo
había conocido a Rebeca en una fiesta de amigos, cuando hacía dos años que
había comenzado sus estudios universitarios. Ella estudiaba filosofía y
comenzaron a conversar casualmente no recordaba bien sobre qué. Sin duda se
gustaron, quizás no tanto al principio, pero tenían algunas cosas en común,
como que eran hinchas del mismo equipo de fútbol y acostumbraban ir al estadio
a ver los partidos o que les gustaban los vinos tintos o les encantaba la “bossa
nova” y otras cosas que hicieron que pudieran hablar por horas… se dieron
cuenta de que había cierta química entre ellos, algo que determinó que no se
separaran en todo el resto de la fiesta y que luego la acompañara hasta su
casa. La dejó en la puerta con un tímido beso en los labios y el firme propósito
de llamarla al día siguiente. Era curioso, pensaba, que no tuviera más
expectativas que esa, la de robarle un beso… ¡Y se sentía feliz!
Al otro
día la llamó y también al otro, así que también intercambiaron sus correos
electrónicos…formalizando de alguna forma su recién comenzada relación.
Tardaron en verse, pero cuando lo hicieron nuevamente ya se conocían algo
mejor. Al verla supo que le gustaba más de lo que le habían gustado otras
mujeres hasta ahora, incluso algunas con las que había tenido alguna relación
sentimental. No se lo dijo, claro, pero estaba decidido a avanzar más…ir hasta donde
fuera necesario, siempre que fuera junto a ella. Descubrió que ella pensaba
parecido –lo que despejó un poco su nerviosismo- y decidieron comenzar a estar
juntos lo más que lo permitieran sus respectivas agendas, a veces yendo al
cine, o comiendo algo y luego, cuando comenzaron a acostarse juntos, lo hacían
lo más que podían. A los cuatro meses los dos se sentían perdidamente
enamorados y ella decidió presentarlo a sus padres en la primera oportunidad
que tuviera. Toda su familia vivía en Dos Ríos, una provincia muy próspera que
quedaba a bastantes horas por carretera.
Eduardo,
en cambio, no tenía familia alguna… era hijo único, sus padres habían muerto
hacía mucho y tenía dos tíos que no conocía que vivían desde hacía muchos años
en el extranjero. Por todo eso estaba muy entusiasmado por conocer la familia
de Rebeca.
En las primeras vacaciones que pudieron
compartir tomaron un bus y se dirigieron hacia allí.
La chica tuvo la delicadeza de explicarle
algunas características de la gente de Dos Ríos, que no era un lugar común, que
allí pasaban muchas cosas extrañas para el corriente de la gente, aunque no
para los nativos de esa región, y que por consiguiente podía encontrarse con
situaciones o comportamientos que podían llegar a chocarle un poco. Eso le
dijo. Como nunca antes habían hablado del tema, y no era por cierto lo que más
preocupado lo tendría, no le dio más importancia de la que le pareció que debía
darle. Rebeca era hija única, muy mimada y consentida por sus padres y
parientes –es que era realmente encantadora- por lo que
tuvo que soportar el natural recelo de todos ellos, recelo que
afortunadamente –o por sus esfuerzos- no duró mucho, pues luego de los primeros
cruces de palabras vio que las tensiones, que nunca fueron muy significativa de
todas maneras, se habían desvanecido casi totalmente. Así fue que luego de una
primera presentación, un almuerzo que compartieron con sus padres y con alguno
de sus parientes, las veladas se fueron haciendo más interesantes, más
concurridas y pronto conocía a casi toda su familia. Cuando llegó el momento de
regresar a la gran ciudad tenía una gratísima impresión de toda la familia de
la chica.
Ya en
el bus de vuelta, le preguntó -¿Por qué decías que era gente extraña? A mí me
parecieron muy normales, incluso más normales que la mayoría de la gente que
podemos encontrar en la ciudad…
-No sé
si contarte o no, pero bueno, eres ya de la familia…-dijo, a la vez que se
reía- Dos Ríos no es un lugar común…Es cierto que es reconocido por el
crecimiento prodigioso de todo lo que se planta allí, la fertilidad asombrosa
de sus tierras, el desarrollo de sus animales domésticos, pero todo esto es
solo digamos, la punta del iceberg, por decirlo de alguna forma.
-Si,
bueno, todos coinciden en que Dos Ríos, por todo eso que has dicho, no es un
lugar común…
-Cierto
y no es su única particularidad…
-¿No?-
Eduardo ya comenzaba a preguntarse porqué tanto misterio.
-No…
Allí dicen que los buenos se hacen más buenos y los malos más malos…
-¿En
serio? ¿Pero que tiene que ver eso con lo que estamos hablando?
-Nada…
pero ya que estamos hablando de las particularidades del lugar donde nací y
donde vive mi familia y de donde venimos ahora, pensé que tendrías que
enterarte de todo…-y casi si detenerse continuó-¿Te has puesto a pensar que eso
podría ser consecuencia de algo?
-¿Dices
que algo causa todo esas anormalidades, de crecimiento y supuestamente, de
comportamiento?
-Sí…
-Quizás
si me pusiera a pensar en eso…
Ella
continuó entonces: -Esto es lo extraño de creer, por lo que puedes hacerlo o
no, pero ten en cuenta que es creencia nuestra que en Dos Ríos hay energías muy
poderosas que son las que ocasionan todos estos fenómenos… ¡Ya sé! ¡No digas
nada! El punto es que tenemos pruebas de que estas energías existen…Es más, mi
familia posee pruebas de que no solo existe algo que para ti denominaré
sobrenatural sino que también es posible comunicarse con ese “algo”, o “algos”.
-¡Vamos!
¡Estás bromeando! ¡No sabía que te gustaran ese tipo de cosas!-dijo sonriendo,
pero de una forma que mostró que más que sentirse contrariado se sentía
encantado por esa nueva faceta que había
descubierto en su pareja.
-¡No
estoy bromeando, pero no me creas si no quieres!
-Te
creo, te creo, creo todo lo que me digas… Lo que sucede es que es extraño, que
en pleno siglo veintiuno a uno le hablen de cosas sobrenaturales y más si viene
de una persona tan centrada, tan inteligente y tan… bonita, como tú.
-¿Así
que te cuesta creerme?
-No,
para nada, si tú lo dices, así será…No va a ser algo que me haga amarte más o
menos, pues ya sabes que más no puedo hacerlo y menos, imposible.
-Está
bien. Tendrás tiempo para confirmar o no lo que te digo. Me alcanza con que
estés abierto a toda cosa extraña que veas, en Dos Ríos obviamente, cuando
estemos allí en otra oportunidad…
-Podríamos
pasar nuestra luna de miel allí, si lo deseas…
-¿Me
estás proponiendo algo?
-Nada
más que vivir juntos hasta que la muerte nos separe…
Ella se
puso seria.-Los de Dos Ríos jamás hablamos con ligereza de la muerte-
-¿Le
tienen miedo a la muerte?
-No,
no, pero allí la frontera entre la vida y la muerte es tan difusa, tan
cambiante, tan delgada, que a veces, te aseguro, parece inexistente. He oído de
mucha gente que está viva sin estarlo, o medio muerta…
-O
media viva…
-¡No es
broma! ¡Es cierto! Dicen que si te aferras con
suficiente fuerza a la vida, allí no mueres… Dos Ríos es la tierra de
los fantasmas, de las apariciones, de los sucesos inexplicables…
-¡Basta!
¿Te casas conmigo o no?
-Claro
que sí…
El
viaje continuó, y en los momentos que no dormitaban planificaban su boda y su
vida juntos. Se casarían, lo tenían bien claro, cuando terminaran sus
respectivas carreras y la luna de miel sería en Dos Ríos.
-¿Se
siente bien? ¿En qué piensa?
La voz
le sonó lejana, como entre brumas sonoras. Su respuesta también fue arrancada
pesadamente, como sin ganas –Solo pensando, pensando, en ella, en la
tristeza...-
-¿En la
tristeza? ¿Por qué?
-No lo
sé...-lentamente comenzó a sollozar -No lo sé...- dijo nuevamente.
Se
habían casado hacía ya tres meses cuando recibió una invitación del exterior
para realizar una especialización. Seis meses estuvo fuera del país,
estudiando, adquiriendo conocimientos, y por sobre todo pensando en ella. Más
todavía cuando a las dos semanas de estar en el extranjero le había comunicado
que estaba embarazada. Fue esa noticia la que mucho lo hizo pensar en si había
hecho lo correcto. Si bien esa estadía lejos de su joven mujer era para mejorar
luego la calidad de vida de los dos, con mejores posibilidades laborales y
mejores ingresos, se preguntaba si valía la pena. Es que la extrañaba de una
forma que resultaba a veces insoportable y tuvo que hacer verdaderos esfuerzos
para terminar el curso. Fueron seis largos meses.
Nunca
había esperado algo con tanta impaciencia. El viaje en avión fue una tortura.
Hasta pensó en tomar algún comprimido para dormir hasta la llegada a su
destino, él que era tan opuesto al uso de químicos en todas sus formas.
Fue
desde que bajó del avión que comenzó a vivir una pesadilla, la pesadilla en la
que se convertiría su vida a partir de allí. Hay una gran diferencia entre
soñar algo tenebroso y oscuro y despertar sudando y temblando, pero despertando
al fin, a cuando sucede algo horrible de lo que no hay despertar. La vida a
veces es así, a veces se vuelve una pesadilla y en eso se convirtió para él.
Pero solo podría medirse lo terrible de la situación si pudiéramos imaginar el
inmenso amor que él sentía por su esposa y el impacto que le causó el
enterarse, allí mismo, en el hall del aeropuerto, que su mujer, su futuro hijo
y sus dos suegros, que la acompañaban a darle la bienvenida, habían sufrido un
terrible accidente automovilístico mientras se dirigían a recibirlo. Todos
habían resultado muertos, casi instantáneamente… y algo en él se rompió.
Su vida
se transformó en algo penumbroso y oscuro. Comenzó bebiendo mucho alcohol y
eran raros los momentos en que estaba sobrio. Luego intervinieron algunos
amigos y amigas y lo llevaron casi a la fuerza a tratarse con médicos,
psicólogos y psiquiatras. Del alcohol pasó entonces a las drogas que suelen
recetar los especialistas. Seguía tan enajenado como cuando se alcoholizaba
pero supuestamente eso era más aceptable. Fue en ese momento que intervinieron
los parientes políticos de Dos Ríos. Le consiguieron un trabajo allí, en su
profesión de ingeniero agrónomo y le rogaron que no tardara en ocupar el
empleo, pues lo estaban esperando.
No
puede decirse que estuviera satisfecho o contento por este trabajo pues era
incapaz de sentir otra cosa que no fuera
apatía por cosa alguna que le pasara. No necesitaba estar constantemente bajo
el efecto de tranquilizantes para que eso sucediera ya que en los escasos
momentos que no estaba bajo el efecto de los medicamentos, su situación era
igual o peor… todo le daba lo mismo. La higiene de su casa, la limpieza de su
ropa, su alimentación, todo estaba en manos del grupo de amigos y amigas que
había cosechado a lo largo de su vida. Ellos tomaban por él todas las decisiones
que había que tomar y le animaron –sino empujaron- a aceptar el trabajo, en un
lugar, que suponían podía ser, si no una solución para su condición, sí el
inicio de su recuperación.
-¿Recuerda
algo? ¿Sabe qué paso con su automóvil? ¿Por qué se bajó de él?-
Miró al
médico y se preguntó: “¿El automóvil? ¿Qué automóvil?” Su cara y sus brazos le
ardían, como si hubiera tomado dosis extra de sol. Además tenía moretones y
arañazos. Le ardía también levemente la garganta, le dolía la cabeza y por
sobre todo se sentía muy confundido… ¿El automóvil? ¿Qué sucedió con él?
Desde
que se detuvo supo que era un error, pero el marcador de temperatura se había
ido a las nubes, así que paró para ver qué sucedía. Hasta él, que no era ni
parecido a un aficionado a la mecánica, supo inmediatamente la falla… la correa
del ventilador se había roto, por lo que era imposible que el coche continuara
funcionando sin arriesgarse a daños graves al motor. Para empeorar la falla, la
temperatura ambiente era realmente alta, posiblemente más de treinta grados
Celsius. Pero eso no era todo… el teléfono móvil no mostraba ni el mínimo
indicio de cobertura… ¡No lo podía creer! Estaba varado en medio de la nada o
algo parecido, pues si bien estaba en el medio de un extenso bosque, con
eucaliptos a la derecha del camino y pinos a su izquierda, todo tenía la apariencia
de la más tremenda soledad… No se sentía sonido alguno que tuviera procedencia
humana. Media hora esperó allí, luego media hora más…hasta que consumió por
completo la provisión de agua que tenía en una pequeña botella. Si bien había
intentado bajar su medicación todavía continuaba tomando algunos comprimidos y
estos hacían que su necesidad de agua fuera mayor aún. Su boca pastosa, el
calor, el sudor… Comenzó a ponerse nervioso, a caminar en torno del coche.
Intentó dormitar pero el calor era sofocante. A la hora y media de espera le
pareció sentir un extraño sonido -que parecía generado por humanos- a la
izquierda, dentro del bosque de grandes pinos. En ese entonces ya tenía sed,
bastante sed… Decidió cruzar el alambrado que cercaba el camino y entrar en el
bosque…Los pinos parecieron darle la bienvenida con su sombra… ¡Tendría que
haber entrado hacía rato al bosque, pues se estaba mucho mejor en él que en el
camino! La sensación de alivio fue momentánea, pues al caminar la sed se hizo
más intensa, a la vez que recordó que desde hacía muchas horas no comía
absolutamente nada. Sintió el sonido algo más adelante, a su derecha ¿o a su
izquierda? Siguió, adelante, siempre adelante… Tropezó… ¡qué estúpido!... al
introducir un pie en una cueva de armadillo cubierta por hojas de pinos ¡Una
trampa perfecta! Pero no se hizo mucho daño, solo se raspó algo una rodilla,
una mano y sentía una molestia en el tobillo…nada que le impidiera caminar.
Perdió la noción del tiempo, pues el bosque se hacía cada vez más espeso, los
árboles más gruesos y altos y la penumbra mayor… Miró su reloj… ¿Podría ser que
hiciera casi cinco horas que había dejado el coche? ¡No, imposible! En cinco
horas o menos quizás una persona puede avanzar, a una velocidad de cuatro
kilómetros por hora, veinte kilómetros en línea recta y no había encontrado el
origen del sonido, que parecía estar tan cerca… seguía sonando cerca, hacia
delante, siempre hacia delante, hacia la oscuridad… El sotobosque, producto
fundamentalmente de las semillas que iban cayendo de los árboles y que daban
origen a su vez a pequeños árboles, ya era realmente espeso y de un bosque
cuidado había pasado a una verdadera selva. A eso había que agregarle otros
arbustos, algunos que parecían pequeños árboles y varios de ellos espinosos… Esquivaba
constantemente árboles, espinas, alguna pequeña cañada seca… Se extravió
totalmente. Se tropezaba ahora constantemente, la resina de las ramas y hojas
de los pequeños pinos le habían cubierto la ropa y todo su cuerpo de una
película pegajosa y muy incómoda, el sudor le corría por su cuerpo y la visibilidad
en el mejor de los casos era de apenas un par de metros por la cantidad de
pequeños árboles que había entre los enormes pinos que conformaban la
plantación principal. Además, ya estaba cayendo la noche. Transitaba esa hora
que no es ni día ni noche, una hora mágica, dirían algunos…Si tenemos en cuenta
que estamos en Dos Ríos, donde todo es posible, los momentos mágicos adquieren
más relevancia y la posibilidad de que ocurra algo inesperado o improbable,
aumentan…
Fue así
que cuando ya estaba casi desfalleciente, sediento más allá de lo soportable, desvariando, con fiebre,
golpeado, confuso, extremadamente cansado y por si fuera poco hambriento, llegó
a un claro, un gran claro dentro del bosque. Allí había una casa…envuelta en
las semipenumbras del atardecer…
Era una
casa evidentemente muy antigua, con paredes que eran de un grosor tal que llevaba
a pensar si era una casa o una fortaleza, pero su edad y rusticidad se diluían
en un tejado rojo recién pintado, un aljibe adornado por enredaderas olorosas y
bien cuidadas, con jardines llenos de claveles, rosas y margaritas y otras
coloridas flores, y muchos árboles,
algunos frutales y varios eucaliptus gigantescos, que sombreaban casa, galpón, y gran
parte de las instalaciones en piedra que servían para manejar el ganado.
-¡Qué
hermoso lugar- se dijo -¿Habrá gente aquí? –y golpeó sus manos con nervioso
entusiasmo.
Un par
de minutos pasaron apenas cuando el portón de metal que daba al patio interior
rechinó al abrirse… alguien se acercaba…
Su sed,
sus heridas, su cansancio, su confusión, todo quedó olvidado cuando ella le
dijo –Hola, buenas tardes… ¿Te perdiste?
-Hola-le
dijo, pero con poca fuerza, casi con desgano, casi como si estuviera pensando en
otra cosa… ¡la conocía! Pero no sabía de dónde…
-Te
conozco, pero no sé bien de dónde… ¿Cómo te llamas?
-No
interesa mi nombre ¿Para qué quieres saberlo? Entra a la casa… ,te estábamos esperando…
El
obedeció… en realidad ni pasó por su mente decir que no… ¿Por qué habría de
hacerlo?
El
alivio que sintió al entrar a la casa, a esa frescura de casa de piedra, lo
hizo pararse un momento, sin poder creer lo que veía…los muebles, rústicos y
olorosos, hermosas cortinas, cuadros, candelabros, pisos cubiertos con baldosas
de distintos motivos y colores…
-Pasa…-insistió
la hermosa chica desde la puerta que parecía dar a un comedor…cuanto más la
miraba más le parecía conocida, pero no lograba saber quien era.
La
siguió y no se había equivocado, allí estaba una larga mesa –no demasiado
larga, pensó, como máximo para diez personas-, unas sillas que parecían muy
antiguas y sentados y prontos para cenar, un matrimonio ya bastante entrado en
años. Ambos lo miraron afectuosamente, sonrieron y le pidieron que se sentara junto
a ellos.
-¿Quieres
comer algo? Pareces tener sed…toma-le dijo y le alcanzó un vaso que parecía
contener limonada. A continuación le sirvió una abundante ración de carne y
verduras hervidas, con un pan con olor a levadura todavía tibio del horno y para mayor
felicidad dejó una jarra del refresco a su alcance.
El
comió y bebió abundantemente y lo curioso fue que ninguno cruzó muchas palabras
con él. Solo lo contemplaban comer…y cuando levantaba la vista de su plato para
mirarlos todos lo estaban mirando amorosamente y para él eso estaba bien, no
sabía por qué pero no creía necesario saber más. Era quizás la bruma de la
fiebre o de estar viviendo algo que no podía definir como verdadero o soñado
pero la comida estaba frente a él y la
bebida también y esa hermosa chica y la pareja de personas mayores lo estaban
mirando -¿quiénes eran? ¿por qué le parecían conocidos?- y eso bastaba.
Cuando terminó de comer todo lo que pudo,
una irresistible somnolencia se apoderó de él. Se sentía como si se hubiera
tomado un frasco entero de pastillas para dormir. Balbuceó algo, se levantó,
trastabilló y hubiera caído si la chica no lo toma de ambos brazos. Decidida lo
llevó a una pequeña habitación y lo tendió en una cama. Antes de tocar la
almohada con la cabeza ya estaba dormido.
Cuando
despertó ya se sentían ruidos domésticos en la casa, por más que fuera bastante
temprano. Se asomó al corredor, divisó el baño y entró en él. Cuando salió se
dirigió directamente a donde recordaba que quedaba el comedor. Allí estaba la
chica sentada…y se levantó al verlo.
-¿Cómo
dormiste?- le preguntó.
-Bien,
bien, estaba un poco cansado…
-Ven
que quiero mostrarte algo…
-¿Me
quieres mostrar algo? ¿Es una sorpresa?
-Si,
puedes llamarla así, sígueme…-
Le tomó
de una de sus manos y lo llevó hasta casi el final del corredor. Allí había un
pequeño niño durmiendo. El sonrió, pues se sintió conmovido ante el hermoso
chiquito.
-¿Es
tuyo?- le preguntó.
-¡Claro!
¿No se nota el parecido conmigo?
Los
miró a ambos y dijo –Tengo que confesar que se parecen mucho-
-También
se parece a ti- dijo la chica.
-¿En
serio? ¡Pobrecito!
-¡Ja, Ja,
si, es hermoso!… Te tengo que pedir un favor… por eso estás aquí ahora…
-¿Un
favor? ¡Claro! ¡Lo que sea! Dime…
-Tienes
que tomar el niño…
-¿Quieres
que lo tome en brazos?
-Claro,
tómalo…Con cuidado… ¡Ya está! Y ahora tienes que sentarte bajo aquel árbol.
El
árbol en cuestión era un viejo ciruelo, con un tupido follaje en donde asomaban
decenas de grandes y olorosos frutos color vino tinto… Debajo había una rústico
banco tallado, quien sabe en qué madera.
-¿Allí
me tengo que sentar? ¿Y a qué? Si puedo saber…
-En
poco rato vendrán a buscarlos…
-¿A
buscarme? ¿Quiénes?
-Gente
que te busca… ¿no sientes el ladrido de los perros?
-Si, lo
siento…cada vez más cerca…
-Te
buscan a ti.
-¿Por
qué?
-Porque
estás perdido, por eso…
-No
estoy perdido… ¿Cómo podría estar perdido? No, no entiendo…
- Cuida
al niño, por favor…Recuerda que por algo se parece a ti… Y ve a la capital de
Dos Ríos…allí los esperan…-su voz sonaba triste y las lágrimas comenzaron a
correr por sus mejillas. Se acercó al pequeño y le dio un sonoro beso en su
frente y sorpresivamente le dio a él un apasionado beso en su boca. El,
reaccionó de una forma que a él mismo le extrañó, correspondiendo ese beso como
si fuera el último. Fue hasta el banco de madera y se sentó suavemente,
acunando delicadamente al niño que dormía.
Ella
entró a la casa, cerrando la puerta. Desde una de las amplias ventanas los dos
ancianos lo saludaron. El correspondió el saludo. En ese momento sintió los
ladridos muy cercanos… y el revuelo de voces humanas…gritos…
-¡Está
aquí, está aquí! ¡Avisen a los demás! ¡Traigan agua y una camilla! ¡Pronto!-
dijo uno de los hombres por su transmisor portátil.
Se le
acercó, acuclillándose frente a él y le
preguntó -¿Cómo se encuentra? Hace más de un día que lo estamos buscando…Ya
traemos una camilla…
El lo
miró y solo atinó a balbucear –Bueno…
-Perdone,
pero ese niño… Pensamos que estaba usted solo…
-Ah,
sí, estuve solo, pero ahora ya no…me siento terriblemente mal…
-Claro,
tiene fiebre y seguramente no ha bebido ni comido en dos días…El niño parece
que estuviera perfectamente… al contrario de usted… ¿Como hizo para cuidarlo? ¡Si
es un ejemplo de salud!
-Estaba
con su madre y sus abuelos…
-Con su
madre… ¿Dónde? ¡Si acá no vive ninguna persona en cincuenta kmts a la redonda?
- Allí,
allí –dijo, agitando su cabeza, algo molesto por la situación y por tener que
explicar algo que parecía obvio… y miró la casa…o lo que había sido una…. Era antigua
y estaba abandonada… Le habían desmantelado el techo, le habían arrancado de
sus paredes las puertas y ventanas… en el medio del patio, cuyo piso era de
bloques de cemento de cuyas junturas nacían todo tipo de hierbas, algunas tan
altas que seguramente le llegarían a la cintura, había un viejo aljibe derruído
,cubierto de óxido y de desordenada vegetación. Más allá vio algunos troncos
cortados de árboles que en algún momento sirvieron para proteger la vivienda
del sol, algunas construcciones secundarias de piedra de las que seguramente
habían tomado algo del material en que habían sido construídas… una ruina, una
sombra de la imponente casa que seguramente alguna vez había sido…
-No
entiendo- dijo, con la boca abierta…
-Yo
tampoco…-le contestó el hombre que tenía al lado. –Ya llega la camilla,
recuéstese por favor que lo llevaremos directo al hospital de la ciudad- Le
daré un pequeño inyectable para que descanse y le conectaré un tubo en su muñeca por el que recibirá suero… ¿de
acuerdo?
-Si…por
favor…cuiden al niño…
-Claro,
descuide…Descanse ahora.
Estuvo
varios días más en el hospital. Aunque su estado físico era estable y las
lesiones que había sufrido en su travesía no eran suficiente motivo para
tenerlo en el hospital, los médicos prefirieron tenerlo en observación unos
días más de lo estrictamente necesario. Estaban preocupados por el, pues no
sabían como iba a reaccionar a lo sucedido. A los médicos y a la policía lo
inexplicable de la situación que había vivido los desconcertaba bastante. Sobre
todo no se explicaban como había podido hallar, dentro de toda la superficie
boscosa que rodeaba el lugar donde se había bajado del coche y sin ningún tipo
de referencia, la antigua casa de los padres de su ex-mujer, todos ellos
fallecidos en un accidente hacía unos meses atrás. El campo había sido vendido
a una de las grandes empresas forestadoras hacía varios años y la casa,
deshabitada, paulatinamente se había ido deteriorando, le habían sacado todos
los materiales que pudieran usarse, rejas, puertas, ventanas, desmontado los
techos de zinc, todo. Y él la había encontrado y allí, según él, le habían dado
además un niño. No creían en esa versión, sin embargo durante la semana que
llevaba en el hospital le habían hecho un estudio de ADN al niño y eran sin
duda padre e hijo.
Sin
embargo él lucía tranquilo, se sentía bien, para nada preocupado o impaciente…
se había recuperado satisfactoriamente
En el
hospital fue muy visitado por la familia de Rebeca. Parecía que tuvieran el
temor de que se sintiera solo o desamparado, pues desde que lo habían
autorizado siempre tenía a alguien cerca, vigilándolo... Le llevaban además
mucho tiempo al niño y el lo tenía por horas en los brazos, contemplándolo y
hablándole –sobre todo las pocas veces que quedaban solos-. Se miraban
largamente y no importaba que pareciera malhumorado por algo, por hambre, o
alguna molestia o porque su pañal ya estaba para cambiar… cuando el lo tomaba
se tranquilizaba e invariablemente sonreía.
Nadie
necesito decirle de donde era el niño, ni hablarle de su madre. El, poco a poco,
como si fuera algo que se fuera filtrando lentamente en su conciencia sabía, de
alguna manera, que el era el padre. No sabía cómo y de que forma el niño había
ido a parar a sus brazos. Tampoco recordaba muy bien lo que había sucedido en
el bosque.
Pero no
le importaba.
El vive
y trabaja en Dos Ríos y su hijo crece fuerte y amorosamente cuidado, en esa
tierra mágica donde los buenos se hacen más buenos, los malos más malos y en
donde la barrera entre la vida y la muerte es tan imprecisa que a veces parece
que no existiera.
FIN
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