martes, 16 de octubre de 2012

MORENA


Narcio Bentos era una persona que cargaba no con una, sino con varias cruces sobre su espalda, tanto que hacía que la tierra cediera levemente bajo sus pasos. Quizás era eso o sus más de cien kilogramos de peso. Era un hombre realmente grande y su caballo, por más que era un animal robusto y fuerte parecía temblar cuando se acercaba a montarlo.
A ella le llamaban Morena por el color canela de su pelaje, aunque para Narcio era simplemente una perra y así se refería a ella… perra para aquí, perra para allá, haga esto, haga aquello, a la derecha, a la izquierda, cállese, échese, traiga, órdenes que le daba cuando lo ayudaba con el ganado, ya fuera vacuno u ovino o cuando también colaboraba con él en la caza de los armadillos comestibles que frecuentemente constituían parte de la dieta carnívora de ambos.
Pero sus funciones no solo consistían en ayudar en las tareas pastoriles y en la caza, sino que también controlaba que en los alrededores de las construcciones donde pernoctaban no aparecieran especies indeseables, como zorrillos, zorros, jabalíes y otros animales más peligrosos como pumas y yaguaretés, que si bien eran muy raros de encontrar, de aventurarse cerca de la casa debían ser advertidos con ladridos de que allí no eran bienvenidos.
La primera cruz que advirtió Morena sobre los hombros de Narcio fue el alcoholismo. A ella no le resultaba extraño el olor a alcohol. Incluso el hombre que había estado en el establecimiento antes de que llegara Narcio a hacerse cargo del mismo solía beber, pero nunca había observado una transformación tal en ningún hombre o animal y eso era lo que le sucedía, pues el alcohol lo volvía brutal e insensible.
Cuando Narcio llegó al establecimiento ella estaba preñada… y pocos días después tuvo una hermosa camada de cachorros. Estaba totalmente alcoholizado cuando se acercó por primera vez a donde estaban sus cachorritos. Ella movió la cola, contenta de que el se interesara por los perritos y apenas gruñó cuando el tomó uno y lo levantó… lo llevó afuera del galpón, lo tiró en el césped y de un brutal golpe con el mango de su rebenque lo mató. Cuando fue a hacer lo mismo con el segundo ella intentó morderlo, pero solo fue un intento y a partir de ahí nunca mas interfirió con las maldades de aquel hombre. El “rebenque” tenía un duro trozo de madera alargado o mango y luego, dos largas tiras de grueso cuero apenas curtido, áspero y duro. Esa herramienta se utiliza para estimular al caballo, o al ganado o también para defensa personal si es necesario. En este caso sirvió para darle a la perra una paliza que no olvidaría jamás. Apenas pudo huir a los árboles, donde comenzaba el bosque y desde allí observó como el hombre le mataba todos sus hijos.
Luego, consumada la masacre le gritó, con una botella en la mano…
-¡Aquí hay lugar solo para nosotros dos! ¡No quiero más perros! ¿Está claro?
Morena no regresó en dos días. Cuando regresó el hombre no le dijo nada. Ya había enterrado a los cachorros y le había puesto comida en un recipiente de plástico viejo. Comió, desconfiada y esperando un ataque, pero nada sucedió.
Los días que siguieron transcurrieron con la acostumbrada normalidad.
Ella ayudaba al hombre con sus tareas campestres, este le daba comida si todavía no estaba alcoholizado a la hora de preocuparse por la perra y así pasaba el tiempo.

El trabajo en ese establecimiento no era fácil. Allí se mezclaban las tareas pastoriles -pues había vacunos y ovejas distribuidas en toda la superficie-, con las tareas forestales, pues casi las tres cuartas partes de la superficie total –unas tres mil hectáreas- estaba cubierta de bosques. El silvopastoreo, como así se le llama, consiste precisamente en la combinación de ambas producciones. La mayoría de las especies forestales en su edad adulta sofocan el tapiz herbáceo, pero hasta determinado momento del crecimiento muchas permiten el crecimiento de pasturas bajo su dosel. Incluso puede pasar que dentro del bosque adulto se encuentran pastos y otros alimentos vegetales aptos para el consumo del  ganado, que  encuentra entonces comida a la sombra de los árboles. El bosque además, al disminuir las diferencias de temperatura –menos calor en el verano y menos frío en el invierno- hace que el ganado encuentre refugio allí y que el balance económico de este efecto protector sea claramente positivo.
Pero para alguien que tiene que transitar diariamente a caballo en el bosque, para cuidar la sanidad del ganado, vigilar que no haya ningún animal herido o enfermo, que ninguna de las pequeñas crías –más sensibles a heridas y predadores- tengan inconvenientes, reunirlos y conducirlos a los corrales, para vacunarlos y para su recuento, el bosque era algo que complicaba todo. Los golpes con ramas, la baja visibilidad, lo accidentado de los desplazamientos a caballo, hacían que el bosque fuera, por lo menos, un lugar muy poco agradable para trabajar. Quizás a medida que se practicaban algunas operaciones de las que se denominaba manejo, tales como podas –eliminación de ramas secas y verdes de los árboles hasta determinada altura-, o raleos, aclareos o entresacas –que consiste en la corta o tala de cierto porcentaje de los árboles del bosque para beneficiar el crecimiento de los restantes- la visibilidad dentro de los árboles aumentaba en mucho y por ende mejoraban las condiciones para trabajar con ganado, pero nunca era lo mismo que las llanas praderas en donde la vista se extendía hasta el horizonte y una cabeza de ganado podía verse, en terreno plano, desde kilómetros de distancia.


En eso podría ir pensando Narcio que montado a caballo, zigzagueaba entre los árboles lentamente, con un crujido constante de hojas y ramas secas… pero no pensaba en eso.
-El alcohol me va a matar…-se decía-Tengo que parar porque sino no sé en qué termino…Bueno, ya sé, como el Flaco Mouriño, con el hígado hecho pedazos o como Beto o como Alonzo o como… ¿Cuántos habían quedado por el camino, en esa carrera de borracheras, bares y alcoholizadas noches?-
Lo que más lamentaba eran las cosas que hacía cuando estaba bajo la influencia del alcohol. Había muchos tipos de borrachos y muchos tipos de borrachera y él era de los que ya no necesitaban demasiado alcohol para salirse de sus cabales… y se ponía muy violento. Esto le había traído problemas desde siempre y seguramente por eso su mujer se había ido con otro, cansada de las frecuentes golpizas, aburrida de soportar su mal carácter, dejándolo solo y mas amargado que antes. Y Eloísa, la novia que se había conseguido en el pueblo, no sabía cuánto tiempo más lo iba a soportar… no se estaba portando bien con ella.
Narcio no era mala persona, no mientras estuviera sobrio… al contrario. Cuando estaba sin beber parecía que quería compensar todo lo que hacía mal cuando bebía. El problema era que casi siempre estaba bajo la influencia del alcohol. No pasaba un día entero sin beber. Y cuando bebía se transformaba, realmente, como el científico en una película que había visto una vez, que era humano a veces y monstruo otras, con la salvedad de que esto sucedía en la realidad y que además cada vez era peor…si se comportaba como una persona ejemplar sobrio era capaz de cualquier acto malvado cuando estaba alcoholizado. Típico de Dos Ríos, dirían algunos, si eres bueno, más bueno serás, si eres malo, seguramente te convertirás en un monstruo…y él presentaba las dos caras…
Morena sufría mucho esa doble cara de su dueño. A medida que empeoraba se ensañaba con ella de una forma que solo una fiel criatura como aquella podía soportar. La golpeaba por cualquier motivo -tanto que aprendió a mantenerse a prudencial distancia de sus botas de montar durante todo el día-, la insultaba constantemente y peor aún si no lograba arrear el ganado de la forma que el lo deseaba o si ladraba a destiempo o si le parecía a el que había incurrido en alguna falta, verdadera o no. No siempre la alimentaba y muy pocas veces le daba agua, aunque ese no era mayor problema para el animal que se autoabastecía de comida y agua en los alrededores. Pero el castigo que sin duda más disfrutaba el hombre –y que hacía rechinar los dientes a la perra- era cuando Morena tenía cría. Cuando entraba en celo aparecían perros de muy lejos a aparearse con ella y obviamente quedaba encinta y cumplido el tiempo de gestación daba a luz… Y sistemáticamente le mataba los cachorros, uno a uno y frente a ella, ante su aparente pasividad.
Pero había algo en ella que se estaba rebelando contra ese monstruo, que le impedía disfrutar del placer de ser madre, por lo menos una vez… ¡Qué feliz hubiera sido si le hubiera dejado con vida aunque fuera uno de sus cachorritos! ¡Con uno, uno apenas, hubiera quedado en paz con ella y ella en paz consigo misma! Pero no. El hombre era inflexible en esa, su mayor maldad. Disfrutaba más de ello porque sabía que nadie podía reclamarle nada… ¿quién lo haría? Porque incluso si lastimaba a una cabeza de ganado o a alguno de sus caballos alguien podría ver las heridas e increparlo, pero podía hacer con los cachorros de su Morena lo que quisiera… nadie le diría nada.
Morena, sin entender, parecía creer que el era mas fuerte, mas cruel y además humano y que por eso seguramente tenía razón… Pero luego de que le matara las siguientes tres camadas se despertó en ella la chispa que terminó por encender el combustible que el propio hombre había dispuesto.
No podrá saberse si sucedió porque en Dos Ríos los equilibrios tienen formas extrañas de mantenerse, o si los poderes de allí estaban cansados de tanta gratuita crueldad o si simplemente fue la natural reacción de una madre cruelmente torturada, pero lo que en la perra antes era alegría y vitalidad, se tornaron en antipatía y una gris forma de desplazarse por el campo y por los días… Apenas ladraba, lo indispensable… apenas comía, lo necesario… sus ojos se inyectaron de sangre y su mayor tarea fue contemplar al enorme humano que ocupaba siempre su campo de visión. Sus idas y venidas, su rebenque, su enorme cuchillo cruzado en la cintura, sus olores y sus cruces… Una idea, un plan, se fue forjando en esa nueva Morena y estaba decidida a esperar el momento de ejecutarlo.

Fue un domingo de tarde, ya casi de noche, cuando Narcio regresaba del pueblo en su caballo, excepcionalmente ebrio… tanto que si no fuera porque el animal conocía perfectamente su destino con seguridad no hubiera llegado hasta allí. El caballo nunca entraba por el camino principal, el camino que utilizaban los vehículos de cuatro ruedas… el tomaba un camino por dentro del bosque, que solo él utilizaba. Por ese camino debían cruzarse algunos lugares en donde el equilibrio del jinete se veía comprometido. Todo hubiera salido bien de todas formas si Morena no hubiera estado apostada en el lugar más difícil de todos… donde el caballo debía subir una barranca, y el jinete se inclinaba naturalmente hacia atrás, momento en que debía apretar sus piernas y echarse hacia delante para compensar el desnivel o eso es lo que hubiera hecho de estar sobrio. Más cuando el caballo comenzó a subir la barranca, Morena simplemente saltó ante el caballo, con un feroz ladrido, más de bestia salvaje que de animal domesticado y éste pegó un respingo hacia atrás, asustado… casi cayó… el que cayó fue Narcio, entre las cortas hierbas de la cañada. El golpe fue duro, pero no mortal… ni siquiera llegó a romperse un hueso. Es más, podría haber sido un golpe intrascendente y sin consecuencias si no fuera porque Morena estaba allí para aprovecharlo.

Encontraron a Narcio un par de días después. Tenía la garganta salvajemente desgarrada, como si en ella se estuvieran cobrando viejas y cuantiosas deudas. Todos pensaron que se había caído alcoholizado, lo que era cierto, y que una fiera de las que raras veces aparecían en los bosques lo había matado, por más que no había querido alimentarse de él, lo que también era cierto.

Cuando llegó el nuevo encargado del campo, Morena lo observó atentamente, buscando cruces sobre su espalda. No vio nada y sus dudas se disiparon cuando el hombre fue a acariciarle la cabeza, hablándole con amabilidad.
Ahora, a varios meses de su llegada y con sus heridas casi cicatrizadas, Morena tiene dos de sus perritos con ella, lo que la hace el animal más feliz de Dos Ríos.

                                             FIN




lunes, 7 de mayo de 2012

LA CASA


Se despertó en una limpia y blanca cama de hospital. Se sentía cansado, muy cansado, y cuando  volteó trabajosamente su cabeza hacia la gran ventana que ocupaba casi toda una pared de la habitación, advirtió que el día se estaba acabando... ¿Qué hacía allí?  Junto a la cama, en la mesa de luz, había un timbre. Lo presionó. Habían pasado apenas unos segundos cuando apareció una joven luciendo un reluciente guardapolvo blanco.
-¡Buenas tardes!- le dijo sonriéndole amablemente, a la vez que  revisaba las lecturas de los monitores.
-Hola- replicó el, cansadamente.
-Parece que está mejorando…lo estábamos observando - dijo la mujer con una sonrisa, mientras señalaba a una pequeña cámara ubicada en un rincón superior de la habitación.
-¿Me observaban? ¿Por qué? ¿Qué me pasó?
-Usted nos ha tenido muy preocupados. ¿No recuerda qué le sucedió?
Cerró sus ojos con fuerza por un momento –No, no recuerdo, no sé, me cuesta concentrarme...
-Está todavía bajo el efecto de sedantes...
-¿Sedantes?
-Sí, lo trajeron en un estado deplorable, con fiebre muy alta, deshidratado y sufriendo alucinaciones. Hubo que suministrarle antibióticos, suero y por supuesto tranquilizantes... ¿Está seguro que no recuerda nada de lo que le pasó?
Quedó pensativo... ¿qué le habría pasado? Por lo menos sabía quién era...
Tenía veinte y seis años, era ingeniero agrónomo y lo habían llamado de una gran empresa forestal para comenzar a trabajar en Dos Ríos. De eso estaba seguro. Recordaba con optimismo la idea de comenzar con un nuevo trabajo, en un lugar tan cargado de recuerdos como ese... y la tristeza… ¿Por qué? Hubo un accidente... ¡Sí, estaba seguro que algo había pasado, algo grave y triste!
Los ojos se le llenaron de lágrimas -¿Qué le sucede?- le preguntó la chica – ¿Se encuentra bien?-
No contestó. Su atención estaba enfocada en algo que lo apenaba hasta el borde de las lágrimas. El accidente... y Ella...

Eduardo había conocido a Rebeca en una fiesta de amigos, cuando hacía dos años que había comenzado sus estudios universitarios. Ella estudiaba filosofía y comenzaron a conversar casualmente no recordaba bien sobre qué. Sin duda se gustaron, quizás no tanto al principio, pero tenían algunas cosas en común, como que eran hinchas del mismo equipo de fútbol y acostumbraban ir al estadio a ver los partidos o que les gustaban los vinos tintos o les encantaba la “bossa nova” y otras cosas que hicieron que pudieran hablar por horas… se dieron cuenta de que había cierta química entre ellos, algo que determinó que no se separaran en todo el resto de la fiesta y que luego la acompañara hasta su casa. La dejó en la puerta con un tímido beso en los labios y el firme propósito de llamarla al día siguiente. Era curioso, pensaba, que no tuviera más expectativas que esa, la de robarle un beso… ¡Y se sentía feliz!
Al otro día la llamó y también al otro, así que también intercambiaron sus correos electrónicos…formalizando de alguna forma su recién comenzada relación. Tardaron en verse, pero cuando lo hicieron nuevamente ya se conocían algo mejor. Al verla supo que le gustaba más de lo que le habían gustado otras mujeres hasta ahora, incluso algunas con las que había tenido alguna relación sentimental. No se lo dijo, claro, pero estaba decidido a avanzar más…ir hasta donde fuera necesario, siempre que fuera junto a ella. Descubrió que ella pensaba parecido –lo que despejó un poco su nerviosismo- y decidieron comenzar a estar juntos lo más que lo permitieran sus respectivas agendas, a veces yendo al cine, o comiendo algo y luego, cuando comenzaron a acostarse juntos, lo hacían lo más que podían. A los cuatro meses los dos se sentían perdidamente enamorados y ella decidió presentarlo a sus padres en la primera oportunidad que tuviera. Toda su familia vivía en Dos Ríos, una provincia muy próspera que quedaba a bastantes horas por carretera.
Eduardo, en cambio, no tenía familia alguna… era hijo único, sus padres habían muerto hacía mucho y tenía dos tíos que no conocía que vivían desde hacía muchos años en el extranjero. Por todo eso estaba muy entusiasmado por conocer la familia de Rebeca.
 En las primeras vacaciones que pudieron compartir tomaron un bus y se dirigieron hacia allí.
 La chica tuvo la delicadeza de explicarle algunas características de la gente de Dos Ríos, que no era un lugar común, que allí pasaban muchas cosas extrañas para el corriente de la gente, aunque no para los nativos de esa región, y que por consiguiente podía encontrarse con situaciones o comportamientos que podían llegar a chocarle un poco. Eso le dijo. Como nunca antes habían hablado del tema, y no era por cierto lo que más preocupado lo tendría, no le dio más importancia de la que le pareció que debía darle. Rebeca era hija única, muy mimada y consentida por sus padres y parientes –es que era realmente encantadora- por lo  que  tuvo que soportar el natural recelo de todos ellos, recelo que afortunadamente –o por sus esfuerzos- no duró mucho, pues luego de los primeros cruces de palabras vio que las tensiones, que nunca fueron muy significativa de todas maneras, se habían desvanecido casi totalmente. Así fue que luego de una primera presentación, un almuerzo que compartieron con sus padres y con alguno de sus parientes, las veladas se fueron haciendo más interesantes, más concurridas y pronto conocía a casi toda su familia. Cuando llegó el momento de regresar a la gran ciudad tenía una gratísima impresión de toda la familia de la chica.
Ya en el bus de vuelta, le preguntó -¿Por qué decías que era gente extraña? A mí me parecieron muy normales, incluso más normales que la mayoría de la gente que podemos encontrar en la ciudad…
-No sé si contarte o no, pero bueno, eres ya de la familia…-dijo, a la vez que se reía- Dos Ríos no es un lugar común…Es cierto que es reconocido por el crecimiento prodigioso de todo lo que se planta allí, la fertilidad asombrosa de sus tierras, el desarrollo de sus animales domésticos, pero todo esto es solo digamos, la punta del iceberg, por decirlo de alguna forma.
-Si, bueno, todos coinciden en que Dos Ríos, por todo eso que has dicho, no es un lugar común…
-Cierto y no es su única particularidad…
-¿No?- Eduardo ya comenzaba a preguntarse porqué tanto misterio.
-No… Allí dicen que los buenos se hacen más buenos y los malos más malos…
-¿En serio? ¿Pero que tiene que ver eso con lo que estamos hablando?
-Nada… pero ya que estamos hablando de las particularidades del lugar donde nací y donde vive mi familia y de donde venimos ahora, pensé que tendrías que enterarte de todo…-y casi si detenerse continuó-¿Te has puesto a pensar que eso podría ser consecuencia de algo?
-¿Dices que algo causa todo esas anormalidades, de crecimiento y supuestamente, de comportamiento?
-Sí…
-Quizás si me pusiera a pensar en eso…
Ella continuó entonces: -Esto es lo extraño de creer, por lo que puedes hacerlo o no, pero ten en cuenta que es creencia nuestra que en Dos Ríos hay energías muy poderosas que son las que ocasionan todos estos fenómenos… ¡Ya sé! ¡No digas nada! El punto es que tenemos pruebas de que estas energías existen…Es más, mi familia posee pruebas de que no solo existe algo que para ti denominaré sobrenatural sino que también es posible comunicarse con ese “algo”, o “algos”.
-¡Vamos! ¡Estás bromeando! ¡No sabía que te gustaran ese tipo de cosas!-dijo sonriendo, pero de una forma que mostró que más que sentirse contrariado se sentía encantado por esa nueva faceta  que había descubierto en su pareja.
-¡No estoy bromeando, pero no me creas si no quieres!
-Te creo, te creo, creo todo lo que me digas… Lo que sucede es que es extraño, que en pleno siglo veintiuno a uno le hablen de cosas sobrenaturales y más si viene de una persona tan centrada, tan inteligente y tan… bonita, como tú.
-¿Así que te cuesta creerme?
-No, para nada, si tú lo dices, así será…No va a ser algo que me haga amarte más o menos, pues ya sabes que más no puedo hacerlo y menos, imposible.
-Está bien. Tendrás tiempo para confirmar o no lo que te digo. Me alcanza con que estés abierto a toda cosa extraña que veas, en Dos Ríos obviamente, cuando estemos allí en otra oportunidad…
-Podríamos pasar nuestra luna de miel allí, si lo deseas…
-¿Me estás proponiendo algo?
-Nada más que vivir juntos hasta que la muerte nos separe…
Ella se puso seria.-Los de Dos Ríos jamás hablamos con ligereza de la muerte-
-¿Le tienen miedo a la muerte?
-No, no, pero allí la frontera entre la vida y la muerte es tan difusa, tan cambiante, tan delgada, que a veces, te aseguro, parece inexistente. He oído de mucha gente que está viva sin estarlo, o medio muerta…
-O media viva…
-¡No es broma! ¡Es cierto! Dicen que si te aferras con  suficiente fuerza a la vida, allí no mueres… Dos Ríos es la tierra de los fantasmas, de las apariciones, de los sucesos inexplicables…
-¡Basta! ¿Te casas conmigo o no?
-Claro que sí…
El viaje continuó, y en los momentos que no dormitaban planificaban su boda y su vida juntos. Se casarían, lo tenían bien claro, cuando terminaran sus respectivas carreras y la luna de miel sería en Dos Ríos.

-¿Se siente bien? ¿En qué piensa?
La voz le sonó lejana, como entre brumas sonoras. Su respuesta también fue arrancada pesadamente, como sin ganas –Solo pensando, pensando, en ella, en la tristeza...-
-¿En la tristeza? ¿Por qué?
-No lo sé...-lentamente comenzó a sollozar -No lo sé...- dijo nuevamente.

Se habían casado hacía ya tres meses cuando recibió una invitación del exterior para realizar una especialización. Seis meses estuvo fuera del país, estudiando, adquiriendo conocimientos, y por sobre todo pensando en ella. Más todavía cuando a las dos semanas de estar en el extranjero le había comunicado que estaba embarazada. Fue esa noticia la que mucho lo hizo pensar en si había hecho lo correcto. Si bien esa estadía lejos de su joven mujer era para mejorar luego la calidad de vida de los dos, con mejores posibilidades laborales y mejores ingresos, se preguntaba si valía la pena. Es que la extrañaba de una forma que resultaba a veces insoportable y tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para terminar el curso. Fueron seis largos meses.
Nunca había esperado algo con tanta impaciencia. El viaje en avión fue una tortura. Hasta pensó en tomar algún comprimido para dormir hasta la llegada a su destino, él que era tan opuesto al uso de químicos en todas sus formas.
Fue desde que bajó del avión que comenzó a vivir una pesadilla, la pesadilla en la que se convertiría su vida a partir de allí. Hay una gran diferencia entre soñar algo tenebroso y oscuro y despertar sudando y temblando, pero despertando al fin, a cuando sucede algo horrible de lo que no hay despertar. La vida a veces es así, a veces se vuelve una pesadilla y en eso se convirtió para él. Pero solo podría medirse lo terrible de la situación si pudiéramos imaginar el inmenso amor que él sentía por su esposa y el impacto que le causó el enterarse, allí mismo, en el hall del aeropuerto, que su mujer, su futuro hijo y sus dos suegros, que la acompañaban a darle la bienvenida, habían sufrido un terrible accidente automovilístico mientras se dirigían a recibirlo. Todos habían resultado muertos, casi instantáneamente… y algo en él se rompió.
Su vida se transformó en algo penumbroso y oscuro. Comenzó bebiendo mucho alcohol y eran raros los momentos en que estaba sobrio. Luego intervinieron algunos amigos y amigas y lo llevaron casi a la fuerza a tratarse con médicos, psicólogos y psiquiatras. Del alcohol pasó entonces a las drogas que suelen recetar los especialistas. Seguía tan enajenado como cuando se alcoholizaba pero supuestamente eso era más aceptable. Fue en ese momento que intervinieron los parientes políticos de Dos Ríos. Le consiguieron un trabajo allí, en su profesión de ingeniero agrónomo y le rogaron que no tardara en ocupar el empleo, pues lo estaban esperando.  
No puede decirse que estuviera satisfecho o contento por este trabajo pues era incapaz de  sentir otra cosa que no fuera apatía por cosa alguna que le pasara. No necesitaba estar constantemente bajo el efecto de tranquilizantes para que eso sucediera ya que en los escasos momentos que no estaba bajo el efecto de los medicamentos, su situación era igual o peor… todo le daba lo mismo. La higiene de su casa, la limpieza de su ropa, su alimentación, todo estaba en manos del grupo de amigos y amigas que había cosechado a lo largo de su vida. Ellos tomaban por él todas las decisiones que había que tomar y le animaron –sino empujaron- a aceptar el trabajo, en un lugar, que suponían podía ser, si no una solución para su condición, sí el inicio de su recuperación.

-¿Recuerda algo? ¿Sabe qué paso con su automóvil? ¿Por qué se bajó de él?-
Miró al médico y se preguntó: “¿El automóvil? ¿Qué automóvil?” Su cara y sus brazos le ardían, como si hubiera tomado dosis extra de sol. Además tenía moretones y arañazos. Le ardía también levemente la garganta, le dolía la cabeza y por sobre todo se sentía muy confundido… ¿El automóvil? ¿Qué sucedió con él?

Desde que se detuvo supo que era un error, pero el marcador de temperatura se había ido a las nubes, así que paró para ver qué sucedía. Hasta él, que no era ni parecido a un aficionado a la mecánica, supo inmediatamente la falla… la correa del ventilador se había roto, por lo que era imposible que el coche continuara funcionando sin arriesgarse a daños graves al motor. Para empeorar la falla, la temperatura ambiente era realmente alta, posiblemente más de treinta grados Celsius. Pero eso no era todo… el teléfono móvil no mostraba ni el mínimo indicio de cobertura… ¡No lo podía creer! Estaba varado en medio de la nada o algo parecido, pues si bien estaba en el medio de un extenso bosque, con eucaliptos a la derecha del camino y pinos a su izquierda, todo tenía la apariencia de la más tremenda soledad… No se sentía sonido alguno que tuviera procedencia humana. Media hora esperó allí, luego media hora más…hasta que consumió por completo la provisión de agua que tenía en una pequeña botella. Si bien había intentado bajar su medicación todavía continuaba tomando algunos comprimidos y estos hacían que su necesidad de agua fuera mayor aún. Su boca pastosa, el calor, el sudor… Comenzó a ponerse nervioso, a caminar en torno del coche. Intentó dormitar pero el calor era sofocante. A la hora y media de espera le pareció sentir un extraño sonido -que parecía generado por humanos- a la izquierda, dentro del bosque de grandes pinos. En ese entonces ya tenía sed, bastante sed… Decidió cruzar el alambrado que cercaba el camino y entrar en el bosque…Los pinos parecieron darle la bienvenida con su sombra… ¡Tendría que haber entrado hacía rato al bosque, pues se estaba mucho mejor en él que en el camino! La sensación de alivio fue momentánea, pues al caminar la sed se hizo más intensa, a la vez que recordó que desde hacía muchas horas no comía absolutamente nada. Sintió el sonido algo más adelante, a su derecha ¿o a su izquierda? Siguió, adelante, siempre adelante… Tropezó… ¡qué estúpido!... al introducir un pie en una cueva de armadillo cubierta por hojas de pinos ¡Una trampa perfecta! Pero no se hizo mucho daño, solo se raspó algo una rodilla, una mano y sentía una molestia en el tobillo…nada que le impidiera caminar. Perdió la noción del tiempo, pues el bosque se hacía cada vez más espeso, los árboles más gruesos y altos y la penumbra mayor… Miró su reloj… ¿Podría ser que hiciera casi cinco horas que había dejado el coche? ¡No, imposible! En cinco horas o menos quizás una persona puede avanzar, a una velocidad de cuatro kilómetros por hora, veinte kilómetros en línea recta y no había encontrado el origen del sonido, que parecía estar tan cerca… seguía sonando cerca, hacia delante, siempre hacia delante, hacia la oscuridad… El sotobosque, producto fundamentalmente de las semillas que iban cayendo de los árboles y que daban origen a su vez a pequeños árboles, ya era realmente espeso y de un bosque cuidado había pasado a una verdadera selva. A eso había que agregarle otros arbustos, algunos que parecían pequeños árboles y varios de ellos espinosos… Esquivaba constantemente árboles, espinas, alguna pequeña cañada seca… Se extravió totalmente. Se tropezaba ahora constantemente, la resina de las ramas y hojas de los pequeños pinos le habían cubierto la ropa y todo su cuerpo de una película pegajosa y muy incómoda, el sudor le corría por su cuerpo y la visibilidad en el mejor de los casos era de apenas un par de metros por la cantidad de pequeños árboles que había entre los enormes pinos que conformaban la plantación principal. Además, ya estaba cayendo la noche. Transitaba esa hora que no es ni día ni noche, una hora mágica, dirían algunos…Si tenemos en cuenta que estamos en Dos Ríos, donde todo es posible, los momentos mágicos adquieren más relevancia y la posibilidad de que ocurra algo inesperado o improbable, aumentan…
Fue así que cuando ya estaba casi desfalleciente, sediento  más allá de lo soportable, desvariando, con fiebre, golpeado, confuso, extremadamente cansado y por si fuera poco hambriento, llegó a un claro, un gran claro dentro del bosque. Allí había una casa…envuelta en las  semipenumbras del atardecer…
Era una casa evidentemente muy antigua, con paredes que eran de un grosor tal que llevaba a pensar si era una casa o una fortaleza, pero su edad y rusticidad se diluían en un tejado rojo recién pintado, un aljibe adornado por enredaderas olorosas y bien cuidadas, con jardines llenos de claveles, rosas y margaritas y otras coloridas  flores, y muchos árboles, algunos  frutales y varios eucaliptus  gigantescos, que sombreaban casa, galpón, y gran parte de las instalaciones en piedra que servían para manejar el ganado.
-¡Qué hermoso lugar- se dijo -¿Habrá gente aquí? –y golpeó sus manos con nervioso entusiasmo.
Un par de minutos pasaron apenas cuando el portón de metal que daba al patio interior rechinó al abrirse… alguien se acercaba…
Su sed, sus heridas, su cansancio, su confusión, todo quedó olvidado cuando ella le dijo –Hola, buenas tardes… ¿Te perdiste?
-Hola-le dijo, pero con poca fuerza, casi con desgano, casi como si estuviera pensando en otra cosa… ¡la conocía! Pero no sabía de dónde…
-Te conozco, pero no sé bien de dónde… ¿Cómo te llamas?
-No interesa mi nombre ¿Para qué quieres saberlo? Entra a la casa…   ,te estábamos esperando…
El obedeció… en realidad ni pasó por su mente decir que no… ¿Por qué habría de hacerlo?
El alivio que sintió al entrar a la casa, a esa frescura de casa de piedra, lo hizo pararse un momento, sin poder creer lo que veía…los muebles, rústicos y olorosos, hermosas cortinas, cuadros, candelabros, pisos cubiertos con baldosas de distintos motivos y colores…
-Pasa…-insistió la hermosa chica desde la puerta que parecía dar a un comedor…cuanto más la miraba más le parecía conocida, pero no lograba saber quien era.
La siguió y no se había equivocado, allí estaba una larga mesa –no demasiado larga, pensó, como máximo para diez personas-, unas sillas que parecían muy antiguas y sentados y prontos para cenar, un matrimonio ya bastante entrado en años. Ambos lo miraron afectuosamente, sonrieron y le pidieron que se sentara junto a ellos.
-¿Quieres comer algo? Pareces tener sed…toma-le dijo y le alcanzó un vaso que parecía contener limonada. A continuación le sirvió una abundante ración de carne y verduras hervidas, con un pan con olor a levadura  todavía tibio del horno y para mayor felicidad dejó una jarra del refresco a su alcance.
El comió y bebió abundantemente y lo curioso fue que ninguno cruzó muchas palabras con él. Solo lo contemplaban comer…y cuando levantaba la vista de su plato para mirarlos todos lo estaban mirando amorosamente y para él eso estaba bien, no sabía por qué pero no creía necesario saber más. Era quizás la bruma de la fiebre o de estar viviendo algo que no podía definir como verdadero o soñado pero la comida estaba frente a él  y la bebida también y esa hermosa chica y la pareja de personas mayores lo estaban mirando -¿quiénes eran? ¿por qué le parecían conocidos?- y eso bastaba. Cuando  terminó de comer todo lo que pudo, una irresistible somnolencia se apoderó de él. Se sentía como si se hubiera tomado un frasco entero de pastillas para dormir. Balbuceó algo, se levantó, trastabilló y hubiera caído si la chica no lo toma de ambos brazos. Decidida lo llevó a una pequeña habitación y lo tendió en una cama. Antes de tocar la almohada con la cabeza ya estaba dormido.
Cuando despertó ya se sentían ruidos domésticos en la casa, por más que fuera bastante temprano. Se asomó al corredor, divisó el baño y entró en él. Cuando salió se dirigió directamente a donde recordaba que quedaba el comedor. Allí estaba la chica sentada…y se levantó al verlo.
-¿Cómo dormiste?- le preguntó.
-Bien, bien, estaba un poco cansado…
-Ven que quiero mostrarte algo…
-¿Me quieres mostrar algo? ¿Es una sorpresa?
-Si, puedes llamarla así, sígueme…-
Le tomó de una de sus manos y lo llevó hasta casi el final del corredor. Allí había un pequeño niño durmiendo. El sonrió, pues se sintió conmovido ante el hermoso chiquito.
-¿Es tuyo?- le preguntó.
-¡Claro! ¿No se nota el parecido conmigo?
Los miró a ambos y dijo –Tengo que confesar que se parecen mucho-
-También se parece a ti- dijo la chica.
-¿En serio? ¡Pobrecito!
-¡Ja, Ja, si, es hermoso!… Te tengo que pedir un favor… por eso estás aquí ahora…
-¿Un favor? ¡Claro! ¡Lo que sea! Dime…
-Tienes que tomar el niño…
-¿Quieres que lo tome en brazos?
-Claro, tómalo…Con cuidado… ¡Ya está! Y ahora tienes que sentarte bajo aquel árbol.
El árbol en cuestión era un viejo ciruelo, con un tupido follaje en donde asomaban decenas de grandes y olorosos frutos color vino tinto… Debajo había una rústico banco tallado, quien sabe en qué madera.
-¿Allí me tengo que sentar? ¿Y a qué? Si puedo saber…
-En poco rato vendrán a buscarlos…
-¿A buscarme? ¿Quiénes?
-Gente que te busca… ¿no sientes el ladrido de los perros?
-Si, lo siento…cada vez más cerca…
-Te buscan a ti.
-¿Por qué?
-Porque estás perdido, por eso…
-No estoy perdido… ¿Cómo podría estar perdido? No, no entiendo…
- Cuida al niño, por favor…Recuerda que por algo se parece a ti… Y ve a la capital de Dos Ríos…allí los esperan…-su voz sonaba triste y las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas. Se acercó al pequeño y le dio un sonoro beso en su frente y sorpresivamente le dio a él un apasionado beso en su boca. El, reaccionó de una forma que a él mismo le extrañó, correspondiendo ese beso como si fuera el último. Fue hasta el banco de madera y se sentó suavemente, acunando delicadamente al niño que dormía.
Ella entró a la casa, cerrando la puerta. Desde una de las amplias ventanas los dos ancianos lo saludaron. El correspondió el saludo. En ese momento sintió los ladridos muy cercanos… y el revuelo de voces humanas…gritos…
-¡Está aquí, está aquí! ¡Avisen a los demás! ¡Traigan agua y una camilla! ¡Pronto!- dijo uno de los hombres por su transmisor portátil.
Se le acercó, acuclillándose frente a él  y le preguntó -¿Cómo se encuentra? Hace más de un día que lo estamos buscando…Ya traemos una camilla…
El lo miró y solo atinó a balbucear –Bueno…
-Perdone, pero ese niño… Pensamos que estaba usted solo…
-Ah, sí, estuve solo, pero ahora ya no…me siento terriblemente mal…
-Claro, tiene fiebre y seguramente no ha bebido ni comido en dos días…El niño parece que estuviera perfectamente… al contrario de usted… ¿Como hizo para cuidarlo? ¡Si es un ejemplo de salud!
-Estaba con su madre y sus abuelos…
-Con su madre… ¿Dónde? ¡Si acá no vive ninguna persona en cincuenta kmts a la redonda?
- Allí, allí –dijo, agitando su cabeza, algo molesto por la situación y por tener que explicar algo que parecía obvio… y miró  la casa…o lo que había sido una…. Era antigua y estaba abandonada… Le habían desmantelado el techo, le habían arrancado de sus paredes las puertas y ventanas… en el medio del patio, cuyo piso era de bloques de cemento de cuyas junturas nacían todo tipo de hierbas, algunas tan altas que seguramente le llegarían a la cintura, había un viejo aljibe derruído ,cubierto de óxido y de desordenada vegetación. Más allá vio algunos troncos cortados de árboles que en algún momento sirvieron para proteger la vivienda del sol, algunas construcciones secundarias de piedra de las que seguramente habían tomado algo del material en que habían sido construídas… una ruina, una sombra de la imponente casa que seguramente alguna vez había sido…
-No entiendo- dijo, con la boca abierta…
-Yo tampoco…-le contestó el hombre que tenía al lado. –Ya llega la camilla, recuéstese por favor que lo llevaremos directo al hospital de la ciudad- Le daré un pequeño inyectable para que descanse y le conectaré un  tubo en su muñeca por el que recibirá suero… ¿de acuerdo?
-Si…por favor…cuiden al niño…
-Claro, descuide…Descanse ahora.

Estuvo varios días más en el hospital. Aunque su estado físico era estable y las lesiones que había sufrido en su travesía no eran suficiente motivo para tenerlo en el hospital, los médicos prefirieron tenerlo en observación unos días más de lo estrictamente necesario. Estaban preocupados por el, pues no sabían como iba a reaccionar a lo sucedido. A los médicos y a la policía lo inexplicable de la situación que había vivido los desconcertaba bastante. Sobre todo no se explicaban como había podido hallar, dentro de toda la superficie boscosa que rodeaba el lugar donde se había bajado del coche y sin ningún tipo de referencia, la antigua casa de los padres de su ex-mujer, todos ellos fallecidos en un accidente hacía unos meses atrás. El campo había sido vendido a una de las grandes empresas forestadoras hacía varios años y la casa, deshabitada, paulatinamente se había ido deteriorando, le habían sacado todos los materiales que pudieran usarse, rejas, puertas, ventanas, desmontado los techos de zinc, todo. Y él la había encontrado y allí, según él, le habían dado además un niño. No creían en esa versión, sin embargo durante la semana que llevaba en el hospital le habían hecho un estudio de ADN al niño y eran sin duda padre e hijo.
Sin embargo él lucía tranquilo, se sentía bien, para nada preocupado o impaciente… se había recuperado satisfactoriamente
En el hospital fue muy visitado por la familia de Rebeca. Parecía que tuvieran el temor de que se sintiera solo o desamparado, pues desde que lo habían autorizado siempre tenía a alguien cerca, vigilándolo... Le llevaban además mucho tiempo al niño y el lo tenía por horas en los brazos, contemplándolo y hablándole –sobre todo las pocas veces que quedaban solos-. Se miraban largamente y no importaba que pareciera malhumorado por algo, por hambre, o alguna molestia o porque su pañal ya estaba para cambiar… cuando el lo tomaba se tranquilizaba e invariablemente sonreía.
Nadie necesito decirle de donde era el niño, ni hablarle de su madre. El, poco a poco, como si fuera algo que se fuera filtrando lentamente en su conciencia sabía, de alguna manera, que el era el padre. No sabía cómo y de que forma el niño había ido a parar a sus brazos. Tampoco recordaba muy bien lo que había sucedido en el bosque.
Pero no le importaba.

El vive y trabaja en Dos Ríos y su hijo crece fuerte y amorosamente cuidado, en esa tierra mágica donde los buenos se hacen más buenos, los malos más malos y en donde la barrera entre la vida y la muerte es tan imprecisa que a veces parece que no existiera.

                                            FIN

domingo, 8 de abril de 2012

LA CHICA DEL VADO


 Joao Jesús desde que tenía memoria siempre había vivido según los modos del campo. Cuando niño pequeño la mejor diversión que había conocido era andar a caballo, como acompañante primero y como único jinete después. Cuando a los cinco años llegó el momento de ir a la escuela, que quedaba a unos seis kilómetros de su casa, lo hizo en un petiso de raza, de pelaje marrón claro, un caballito apropiado para su estatura y además muy dócil. En tiempo de clases, antes de la hora de ir a la escuela y luego de regresar de ella, siempre ayudaba en su casa en todas las cosas que siempre hay que hacer, día a día, en un establecimiento rural. Los fines de semana y las vacaciones los dedicaba totalmente a aportar lo que podía –proporcionalmente a su edad, tamaño y fuerza- a las tareas del pequeño establecimiento. Es que a pesar del reducido tamaño del lugar allí había muchísimo trabajo para hacer…Se plantaban todo tipo de vegetales comestibles para abaratar la alimentación familiar y hacerlos en cierta forma autosuficientes. Por ese mismo motivo también había todo tipo de animales domésticos, cerdos, gallinas, pavos y patos que merodeaban en los alrededores de las construcciones que hacían su casa –ellos le llamaban “las casas”- y que consistían en el típico galpón –una construcción relativamente grande donde se guardaban todos los productos comestibles obtenidos de la tierra, los fardos de lana producto de la esquila de los animales ovinos, los cueros de los animales vacunos o lanares sacrificados para el consumo humano o muertos por alguna otra razón, las herramientas chicas y grandes, los arreos de los caballos, la vieja camioneta que se usaba de cuando en cuando para ir al pueblo y el pequeño y también antiguo tractor Fordson que se utilizaba, con un arado de discos detrás, para preparar tierra para las plantaciones familiares-. Todo esto se guardaba en el galpón y más aún, todo lo que estuviera en desuso o averiado y no se pudiera dejar al aire libre… Luego del galpón estaba la casa, que  en realidad eran dos construcciones ubicadas formando ángulo recto entre sí y que eran las únicas con techo de zinc –las restantes tenían techumbre de paja-… una eran los dormitorios y en la otra estaba la despensa, la cocina y el comedor. Como es usual en algunas construcciones rurales el sanitario estaba alejado del resto de las construcciones, a unos quince metros de la casa. Pero además había otra  sólida construcción de ladrillo,  que funcionaba como seguro refugio para las gallinas y otras aves domésticas contra predadores nocturnos y contra vientos y lluvias,  como cobertizo para los cerdos, donde se recluían voluntariamente estos animales para dormir y en donde, llegado el caso, daban a luz y cuidaban sus crías. Bajo el mismo techo, pero separados por una pared, se ordeñaban las dos vacas lecheras.  Tal cantidad de animales garantizaba que a la familia nunca le faltara carne, ni huevos en abundancia, ni leche, ni los derivados de la misma, como queso y manteca. Cuando se quería comer carne simplemente se tomaba una gallina o un pavo y se le sacrificaba. Una vez al año –en pleno invierno- se faenaba uno de los enormes cerdos y un bovino mediano y se hacía con esta carne todo tipo de embutidos caseros y otras artesanías de la carne de las que tanto gustan a la gente de campo, guardándose estos preparados  para todo el resto del año. Estos mismos animales les daban además, junto con algunos productos vegetales como zapallos, mazorcas de maíz, patatas y boniatos, algo para hacerse de algún dinero en la ciudad.
La vida, como ven, era muy distinta de lo que puede esperarse en un pueblo o en una ciudad e incluso en muchos lugares de campo en la actualidad. Se vivía al viejo estilo. Se alimentaban muy bien, pero también se trabajaba la tierra de sol a sol. En cuanto a comodidades, no las había tan en abundancia como los alimentos. Aunque estaban conectados al suministro de energía eléctrica no le daban más uso que el imprescindible. La iluminación de todas las construcciones y una vieja heladera General Electric, dos ventiladores, una plancha, una licuadora y el imprescindible aparato de radio que les permitía, escuchando los informativos de la mañana temprano, al mediodía y por la noche, estar enterados de todo lo que sucedía en el mundo… era casi la totalidad de los usos que le daban a esa energía. Además tenían dos teléfonos móviles, por más que Dos Ríos no era una región que se destacara por su buena cobertura telefónica. Hubo un aparato de televisión en blanco negro pero como era casi imposible sintonizar algún canal lo dejaron de usar y de eso ya hacía años…
Lo rústico de esta vida no afectaba para nada a  Joao Jesús, pues le encantaba. Incluso cuando fue creciendo y terminó la primaria, y los padres quisieron que probara suerte en la educación secundaria enviándolo a la ciudad, él siempre estuvo seguro de lo que quería, y lo que quería era regresar a su casa y hacer lo que le gustaba hacer: trabajar todo el día, sufrir frío y calor si era necesario, cuidar los cultivos y los animales y saborear el fruto de su trabajo. Tan sencillo como eso, por lo que en la ciudad estuvo apenas dos años y regresó al campo.
Es que el campo lo atraía de una forma que le era difícil de explicar.  Sentía un vínculo especial y fluido con todo lo vivo que lo rodeaba, fueran plantas o animales. Esta convicción íntima de que estaban hechos con las mismas esencias, con el mismo barro vital y que estaban unidos  por lazos que no por invisibles eran menos reales le permitía presentir o intuir sus estados de ánimo, sus humores, sus preocupaciones y era tan especial esa unión que podía curar dolores y tranquilizar a otros seres vivos… Esta sensibilidad especial no lo asustaba para nada, pues viviendo en Dos Ríos nada podía extrañarlo. Sabía además que no era el único con estas habilidades en todo el territorio, pues en esa región era común lo extraordinario. Sumergidos en esa inmensa colección de destellos que era la vida y en ese ambiente tan propicio para lo indescriptible que era todo Dos Ríos muchos disfrutaban de dones, habilidades especiales…  Estas cosas a él no le quitaban el sueño ni se preocupaba por nada más que no fuera vivir y hacerlo de la forma que más le gustaba.
Ya a los catorce años además de destacarse en todas las tareas del campo era reconocido  por su habilidad en las competencias y diversiones que suelen encontrarse en esas zonas y sobre todo por la docilidad de sus caballos, aunque la verdad era que no había animal, de ninguna especie, por feroz o salvaje que fuera, que no se pacificara cuando él comenzara a hablarle. Era muy apreciado en algunas diversiones campestres por este arte, pues cuando se lastimaba algún animal y se volvía intratable por el dolor, bastaba que él le emitiera al oído algunas palabras o sonidos, extraños para el común de los seres humanos, y el bruto se tranquilizaba, como si comprendiera.
Pero es  justo agregar que si no hubiera sido por sus padres, a quienes gustaban estos entretenimientos con equinos, carreras cortas y largas, competencias de docilidad y otras distracciones que hacían más entretenida la vida, él se hubiera quedado en su casa, trabajando, cuidando sus cultivos y sus animales, por lo que cargaba sobre sus hombros ese conflicto, de ser tan popular, querido y respetado por sus pares cuando por otro le costaba enormemente relacionarse la gente. Para él la vida era campo, familia, trabajo… y más trabajo.
Fue justamente por trabajo que su vida tuvo un giro, el giro que da origen a la historia que aquí les cuento, en realidad.
Venían de tres años de muy buenos nacimientos del ganado bovino y ovino, aún para los que los tenía acostumbrados Dos Ríos. Una de las características de toda la región era la prodigiosa fertilidad de su suelo y su aire. El ganado allí crecía y se multiplicaba sin pausa. A eso estaban acostumbrados, pero ahora venían de tres temporadas de pariciones excepcionalmente buenas y habían vendido menos ganado de lo que tendrían que haber hecho. En general, las cabezas de ganado deben de repartirse proporcionalmente entre la superficie de la que se dispone. No todo establecimiento tiene nacimientos, a veces solo engordan el ganado hasta alcanzar determinado peso. Esto quiere decir que en muchos establecimientos no hay hembras a la que se permita la reproducción o machos –toros- que las fecunden. Este no era el caso del pequeño establecimiento de Joao Jesús pues allí se hacía lo que se llama “ciclo completo” del ganado. Tenían un par de toros y tenían vacas que estos toros fecundaban periódicamente. Nacían los terneros y se los criaba y engordaba hasta que llegaban al peso adecuado para su venta, así de sencillo. Pero desde hacía tres años pasaba que estaban siendo abrumados por una ola de partos mellizos y hasta trillizos y no habían necesitado dinero como para estar pensando todo el tiempo en vender por lo que la cantidad de ganado que tenían ya era algo crítica… Tenían dos opciones, que no podían postergar: o vendían este excedente de cabezas o mantenían ese ganado –mientras no se vieran obligados a vender por alguna otra circunstancia- y decidían aumentar la superficie disponible. Como no podían comprar, pues era muy costosa la tierra, alquilaron una superficie de campo que les permitiera cumplir con sus necesidades. El arrendamiento es una práctica muy difundida desde los albores de la historia, con la diferencia de que en Dos Ríos la mayoría de las superficies que se podían arrendar estaban parcialmente cubiertas de bosques o en terrenos bajos inutilizables para la agricultura extensiva…  los ganaderos difícilmente podían competir con los precios que pagaban los forestadores y cultivadores de cereales por el campo abierto. Así fue que se encontró trabajando en cuatrocientas hectáreas de las que apenas cien estaban desprovistas de árboles, y a las que tardaba dos horas cabalgando en llegar. Sus padres lo habían hecho el único responsable de lo que sucediera allí, por lo que se tomó muy en serio el cuidado de este ganado.
En este trayecto pasaba necesariamente por un arroyo bastante caudaloso. Para cruzarlo, había que comenzar internándose en una zona cada vez más cubierta de arbustos y solitarios árboles, con abundantes pajonales hasta llegar a donde el bosque ribereño se hacía más y más espeso. Para cruzar el curso de agua, habían ubicado el lugar lo menos profundo posible y a partir de ahí habían despejado el bosque, que se parecía mucho a una selva tropical, hacia uno y otro lado, construyendo lo que se llama una picada, un angosto callejón libre de todo tipo de  vegetación. Por allí pasaba, un día si y otro no, para cuidar su ganado del otro lado. Esta picada podía ser considerada un lugar algo tétrico, visto por nuestros ojos. Los enormes árboles de los bordes junto con otros árboles más pequeños, arbustos y enredaderas, formaban altos y oscuros muros, llenos de movimiento, olores y ruidos. Sólo había luz escasas horas al día en ese callejón y era alrededor del mediodía,  cuando el sol alumbraba desde lo alto, pues en el resto del día una espesa sombra cubría la senda. Innumerables aves merodeaban sobre las ramas y algunas aves caminadoras también la cruzaban de un lado a otro, al igual que otras especies animales, lagartos, serpientes, carpinchos, jabalíes y especies carnívoras como zorros y los más escasos gatos de monte. Incluso algún puma no sería extraño allí… Pero todo eso no preocupaba a Joao Jesús, ni las sombras, ni los ruidos, ni los silencios, ni la abundancia de vida que la naturaleza mostraba en ese lugar… al contrario, disfrutaba de su pasaje por el vado como algo especial, como un regalo extra de su viaje.
Para cruzar el curso normal del arroyo no habían construido un puente sino una calzada, firme e inundable, con piedras colocadas una junta a la otra, rocas pesadas y chatas. Era un lugar muy llano y se inundaba con facilidad. Para construir un puente tendrían que haber hecho una construcción muy larga y necesariamente también muy fuerte y costosa… una estructura baja o débil sería arrastrada fácilmente por el agua ya que cuando llovía copiosamente el arroyo se transformaba en un furioso río de más de un centenar de metros de ancho. Aunque a veces la fuerza del agua en esas crecidas llegaba a mover las rocas, no era un problema difícil de solucionar, así que si bien era una solución rústica, era antes que todo práctica y por cierto que funcionaba.
Joao acostumbraba detenerse allí donde el agua pasaba entre las piedras que simulaban un puente y la miraba correr…El arrastre había traído abundante arena que había formado una pequeña playa. Cuando la temperatura era suficientemente agradable incluso se bañaba allí, refrescándose, sintiendo el agua siempre amiga animándolo a continuar, descansado…
Fue cierto día de comienzos del verano, en donde se había dado un buen chapuzón y estaba sentado en una roca al borde del agua, secándose, cuando sintió que alguien lo estaba mirando…Sí, alguien lo observaba… No estaba totalmente desnudo así que con naturalidad giró la cabeza hacía donde presentía que lo miraban…No vio nada, solo malezas, enredaderas, aunque quizás, en lo profundo de la espesura hubo algo, un movimiento, un deslizarse, cabellos y pasos… sigilosos pasos.
-Estoy imaginando cosas- se dijo. Se vistió y continuó su camino, sin pensar demasiado en lo que le había sucedido.
Su vida continuó normalmente, realizaba sus tareas, participaba en todas las actividades campestres que era necesario, pero cada vez que pasaba por el vado, invariablemente, se detenía, se sentaba en una de las grandes piedras que había al borde de la calzada y en ese momento pensaba en lo que había presentido ya hacía más de dos semanas…y comenzó, quizás no demasiado concientemente, a llamar mentalmente a esa fugaz presencia, aunque la principal pregunta que se hacía era si había existido en realidad o habría sido solo una combinación de luces y sombras jugando y la brisa acompañándolos.
Era una tarde como cualquier otra, cuando regresaba ya a su casa y se detuvo en el vado, que se sintió nuevamente observado. Esta vez sí vio algo… entre las sombras estaba seguro que había algo, no sabía de qué naturaleza, y lo estaba observando…-Hola- dijo, con voz firme-¿Eres persona o animal?- Razonó un segundo después de preguntar que si era animal no habría forma de que le respondiera…
-Ni lo uno ni lo otro…- le respondió otra voz. Miró asombrado hacia donde parecía venir.
-¿Qué eres entonces?-
-Algo distinto…quizás no entiendas mi naturaleza, pero puedes pensar que soy una chica…
Recién en ese momento se dio cuenta de que el diálogo que estaban manteniendo se salía de lo común… las palabras sobraban…no era necesaria la articulación de sonido alguno para comunicarse.   
-¿Y cómo te llamas? ¿Estás perdida?
La voz que le contestó era indudablemente femenina, pero la penumbra del monte no le dejaba ver nada más que sombra…
-Me llamo Anaakena y no, no estoy perdida, vivo aquí- Joao hubiera jurado que se había sonreído mientras decía esto.
-¿Pero no es un lugar algo escondido para vivir?¿Tienes casa?
-¡Claro que tengo casa! Pero vivo dentro del bosque…
-¿Dónde?¿Ahí adentro?- En ese momento se dio cuenta de que seguramente la joven era integrante de una de tantas familias que viven del bosque, dedicándose a cazar aves para venderlas a coleccionistas en la ciudad, o a cazar carpinchos o armadillos o venados, para vender su carne o a pescar para también vender el producto de su trabajo o incluso a cazar ñandúes, el abundante avestruz americano, para vender su carne y sus plumas…seguramente vivían en la espesura para no ser descubiertos, pues no era bien vista en la actualidad la caza furtiva de ninguna especie.
-Te equivocas- le contestó la voz nuevamente, con una sonrisa que dentro de su cabeza, puro pensamiento, sonaba  casi igual que el paso del agua por las rocas del vado, aunque más musical y bello.
-No entiendo que haces aquí entonces.
-Pero quieres saberlo…
-Claro, siento curiosidad…También me gustaría saber porqué podemos charlar sin, bueno, abrir la boca…
-¡No es tan extraño! Es solo que existe cierta comunicación especial entre nosotros…Puedo explicártelo, pero ahora porqué no hablamos de alguna otra cosa más interesante…
-Me encantaría, pero se hace de noche y tengo que regresar a mi casa…
-Si quieres podemos seguir charlando otro día…
-¡Claro!- dijo, pues presentía tras esa voz algo que estaba seguro, o casi seguro –y no sabía por qué- podía ser muy importante para él…
-Pues nos vemos mañana entonces. Yo también tengo que marcharme. ¿Vienes mañana?
-No tenía pensado venir mañana, no, no puedo mañana… puedo venir pasado… ¿es lo mismo? Es que tengo que trabajar… sino vendría.
-¡Si, está bien! Será hasta pasado mañana… ¡Adiós!
Y se marcharon, cada uno por su lado. Ella se deslizó dentro del bosque como una sombra y en apenas unos segundos de su presencia no quedó nada. A el le llevó unos minutos calzarse sus largas botas de montar, ponerse el pantalón y la camisa y montado en su caballo volver a su casa.
No le comentó a sus padres nada sobre su encuentro…no tenía deseos de hacerlo, no todavía. Cenó y tardó en dormirse. En lo último que pensó es que en ningún momento la había visto…solo había presentido a alguien. Bueno, se consoló, seguramente la vería la próxima vez que se encontraran.
Y si hay días que se hacen cortos –o por lo menos eso parecen- aquel le resultó extraordinariamente largo, quizás porque estaba, desde temprano por la mañana, esperando que pasara, que llegara rápido el día siguiente…
Finalmente llegó.

Así que ese día realizó lo más rápidamente posible lo mínimo indispensable que tenía que hacer con el ganado, cosas como revisar bajos y zonas pantanosas por si alguno de ellos se había enterrado, ver al trote si alambrados y aguadas estaban como se suponía que tenían que estar y tener los ojos bien abiertos por si descubría algún animal con síntomas de estar aquejado de algún mal… a veces los animales enfermos se aislaban del resto. Algo más que tendría que haber hecho, reunir todo el ganado, contarlo y revisar si tenían heridas externas –en las cuales había moscas que depositaban sus huevos y allí mismo crecían las larvas, agravando mucho la herida, tanto que si no se trataban adecuadamente podía significarle la muerte al animal en cuestión- lo dejó para cuando regresara nuevamente.
Cuando estuvo en el vado hizo lo de siempre. Ató su caballo a uno de los árboles cercanos, cerca del agua, se sacó su camisa, se sacó sus botas y esta vez solo se arremangó el pantalón de campaña. Se sentó en la piedra donde se sentaba siempre y puso los pies en la fresca agua. Estaba mirando ensimismado el pasaje de esta por sus pies cuando sintió una presencia en el lugar, allí cerca…
-Hola… ¿hace mucho que llegaste? Se me hizo tarde…- sintió que le decían…
-Hola, no, no, llegué hace poco rato…- Miró hacia la sombra pero no pudo ver más que eso, solo sombra…-¿Por qué te escondes?- le preguntó.
-¡No me escondo! Bueno, soy algo tímida…
-¿Tímida?
-No estoy acostumbrada a que me vean, nada más…
-Pero no me tienes miedo… no tienes por que tenerlo…lo sabes…
-Sí, lo sé, pero no te tengo miedo…me siento rara, nada más…
-Bueno, ven, siéntate aquí cerca y conversemos. Recuerda que cuando comience a oscurecer me tendré que ir.
-Está bien.
La chica apareció como desprendiéndose de la sombra… un trozo de bosque que cobró vida y forma humanas… y se sentó junto a él.
Y conversaron, de muchas cosas en realidad. De el mundo de ella, de su mundo, de lo que ambos hacían durante sus días, de las cosas que les gustaban y de las cosas que no…una conversación normal de dos personas que quieren conocerse, solo que era en Dos Ríos y ambos eran concientes de que habitaban en mundos algo diferentes. Joao trataba de no mirarla, pues no quería intimidarla, pero luego de un rato la miró a los ojos. Le encantó. No traía mucha ropa pero podría decirse que sabía llevar con naturalidad la falta de esta. Llevaba una corta falda de cuero que parecía de venado, con el veteado pelaje hacia afuera, una especie de chaleco del mismo material, prendido en el frente, iba descalza y en su largo pelo, negro como el azabache, había colocado flores de distintos colores. Su piel era cobriza, lo que hacía que con más facilidad se perdiera en la oscuridad de la selva. Luego de que comenzara a mirarla se perdió esa natural vergüenza y ambos, sin duda, se sintieron mejor.
No fue el último día que hablaron. Comenzaron a encontrarse en ese mismo lugar cada vez que el pasaba por allí… tres veces por semana. Cualquiera diría que estaban congeniando, pues hablaban mucho y cada vez de cosas más profundas, más íntimas.
Cierta tarde, cuando ya se estaban despidiendo, ella le dijo:
-¿Me darías un beso?
-Claro, con todo gusto…
Y se besaron… largamente y fue como abrir una puerta para que los dos expresaran quizás lo que sentían por el otro desde el primer día… una inexplicable atracción. Les costó separarse, mucho.
-Me voy- dijo él
-Bueno…-dijo ella- Hasta pasado mañana…- Y desapareció en la oscuridad sin mirar atrás.
Joao tenía todavía el corazón acelerado. -¡Por Dios! ¡Nunca había sentido esta sensación!
Se sentía muy extraño.
Esa tarde, mientras regresaba a su casa fue pensando en todo lo que habían hablado con Anaakena… sobre todo las cosas que hacían que ella no fuera totalmente humana, que fuera integrante de las primitivas tribus que habitaban Dos Ríos y que si bien a veces pasaba a ese mundo, con una forma totalmente humana, la mayor parte del tiempo vivía en el suyo, un mundo apartado del tiempo y de los hombres, un mundo en donde todavía vivían las tres grandes tribus que por mucho tiempo habían vivido allí, tribus que habían venido mucho antes que llegaran los europeos, y que habían llegado sucesivamente de tres distintos lugares de la antigua América atraídas por las cualidades especiales que siempre tuvo Dos Ríos y que luego de la llegada y asentamiento de los antiguos se vieron multiplicadas. Estas tribus no eran de humanos comunes y corrientes… ellos eran brujos y hechiceros de gran poder. Se decía que guardaban conocimientos y poderes milenarios, conservados y practicados desde los albores del nacimiento del hombre… esto lo decía Anaakena con mucho respeto y reconocía que todavía sus conocimientos eran reducidos frente a la enorme sapiencia de los más viejos y del saber colectivo de las tres tribus. Había quienes conocían y manipulaban mejor las energías del día, otros las de la noche y la tercera tribu, las energías del crepúsculo y del amanecer. Por eso se habían complementado tan eficazmente y si bien tenían actualmente sus conflictos y habían tenido violentos enfrentamientos en el pasado, su convivencia ahora era pacífica, sin grandes desacuerdos. Se ocupaban de distintos asuntos, trataban de no molestarse y compartían todo lo que tuvieran que compartir sin que esto fuera motivo de peleas.
Todo esto ella le había contado.
Pero no sabía como seguía esta historia. Nunca se había sentido así en su vida… nunca le había interesado tanto una chica y cuando la besó… ¡Ah! Si algo faltaba para decidir lo que sentía fueron esos besos y sentir su cuerpo apretado junto al suyo! No sabía lo que era el amor pero suponía que lo que sentía era o amor o algo muy parecido… ¡Así era! ¿Pero que haría? ¿Seguirían así como estaban? Se sentía confundido…Tanto que decidió que no esperaría para ir hasta el vado nuevamente… iría al día siguiente… y así lo hizo.
Temprano ensilló su caballo y  saludando atento pero concentrado a sus padres, pensativo, tomó el camino del vado… Cuando estaba llegando comenzó a llamar a la muchacha, como lo hacía siempre. Ella le contestó, lejos…
-¿Eres tú? Pensé que venías recién mañana…
- Adelanté un poco el viaje… ¿Puedes venir?
-¡Claro!- dijo ella… parecía contenta, aunque siempre lo parecía, como si fuera su estado natural…
Habían pasado unos diez minutos cuando sintió su presencia deslizándose entre la oscuridad del bosque y allí estaba…
-¡Hola, que alegría! ¿Pasó algo?
-No, nada, solo que no sé, me siento raro, te extraño –dijo y sonrió-…
-Pues…yo también te extraño…
-Estoy confundido y la verdad, no sé que hacer ahora… ¿Qué haremos? ¿Tú sabes?
-Sé lo que tengo ganas de hacer ahora y es besarte…
Y deslizándose se acercó y lo besó… el respondió y se besaron y acariciaron cada vez más apasionadamente… todo ocurrió como tenía que ocurrir…hicieron el amor suavemente, como saboreándose… él sintió la comunión entre él y el bosque y ella y el agua y todo lo que lo rodeaba… no fue sexo solamente, fue algo místico, profundo y conciliador…
Quedaron juntos, abrazados, frente contra frente…
-¿Por qué no vienes a vivir conmigo? –le dijo ella. –No podría vivir sin ti luego de esto, no sé si me dejarían hacerlo siquiera…
-¿Te castigarán?
-No, no, solo que no es bien visto, tenemos ciertas reglas que cumplir para relacionarnos con los humanos… lo que hicimos es como, bueno, como si ya estuviéramos casados… yo te quiero y creo que estoy enamorada de ti…
-¿Es como si estuviéramos comprometidos? ¿En serio crees que estás enamorada de mí?
-¿Te sorprende? ¿Crees que detengo y tengo sexo con cuanto gauchito pasa por aquí?
-¡No, no! ¡Ja, Ja! ¡Claro que no! Pero pensé que el único enamorado era yo…
Ella lo miró atentamente y le dijo- Ya ves que no…
-¿Y mis padres? ¿Y mi vida de ahora?
- Tendrás que hablar con tus padres y explicarles… No es una separación, en realidad podrás visitarlos cuantas veces quieras, como alguien normal… solo que no serás completamente normal…
-¿No?
-No… serás un habitante más del pueblo antiguo… estamos vivos pero somos, pues, distintos…

Así fue que esa noche, cuando se dispuso a cenar con sus padres, les dijo que tenía algo para contarles y los puso al tanto de lo que había venido pasando en el vado… Cuando terminó el relato sus padres se miraron entre sí y finalmente su madre no pudo aguantar las lágrimas.
-Mamá, no llores, ella me dijo que iba a seguirlos viendo… cuantas veces quisiera… ¿acaso me mintió?
-No, es cierto lo que ella te dijo, pero ya no serás como nosotros, ya no serás una persona, pasarás a pertenecer al Pueblo Antiguo…¿Ella te explicó sobre los Antiguos?
-Si, hablamos de eso…
-¿Qué tanto te dijo?
-Lo suficiente, creo, pero es que quiero estar con ella, más todavía si no significa separarme de ustedes, nos seguiremos viendo, vendré igual todos los días… y seré feliz…
Su padre mientras tanto había ido hasta la cocina y apareció con tres tazas del aromático té de hierbas que tomaban luego de cada comida
Su madre continuó –¿Te contó de las tres tribus que habitaron acá? ¿Y que ellos controlaban todo este territorio? Su poderosa influencia hizo que los europeos no pudieran ingresar a esta región hasta que en determinado momento, no sabemos por qué y  de pronto, desaparecieron. Rápidamente se colonizaron todas estas tierras y con el tiempo se dedicaron a la agricultura, a la ganadería y a plantar especies forestales. Todo lo cultivado crecía de forma extraordinaria y con el tiempo la gente se fue dando cuenta que eso se debía a una anormal energía que se desprendía de esta tierra, la misma energía que hacía que la gente mala se hiciera más mala, la gente buena más buena y que hubiera tanta gente con habilidades especiales, como las tuyas. Con el tiempo además fue evidente que los primitivos habitantes de aquí, esa gran tribu de hechiceros, no se había ido… simplemente vivían escondidos, inadvertidos, invisibles…Ellos están entre nosotros, en el lugar que deseen estar y en el momento que quieran… -y continuó- Muchos de nosotros tenemos distintas formas de  comunicación con ese mundo extraño en que ellos viven…incluso los vemos a veces…pero no somos todos ni es con todos…
La conversación se estaba transformando en una verdadera confesión…
-No entiendo que quieres decir con eso de que no son todos ni es con todos…
-¡Claro, hijo! Los antiguos influyen en la vida de todos los habitantes de esta tierra, de muchas formas… Algunos de nosotros somos conscientes de esa influencia  y otros no; y algunos de los que somos conscientes podemos ver algo más allá y comunicarnos con algunos de los antiguos habitantes, aunque esta  comunicación tiene distintos niveles y varía de persona a persona… ¡Es tan extraño de contar y sin embargo tan común a la hora de vivirlo!
-¿Por qué nunca me habían dicho nada sobre esto?
-Porque no nos parecía necesario. Además a ellos no les gusta que la gente que los conoce ande comentando lo que sabe…Se vive y no se habla de ello.
-No me contaste de porqué no te comunicas con todos los antiguos…
-Sí y es importante que lo sepas…Había aquí tres grandes tribus de hechiceros… los del día o la luz, los de la noche o la oscuridad y los del amanecer y el atardecer…Cada una de esas tribus se siguieron comunicando con los habitantes de esta región, pero cada una tenía sus preferencias, pues sus distintos tipos de energías tenían afinidad  con cierto tipo de personas. Por eso la comunicación puede ser fluida con algunos integrantes de una de las antiguas tribus y dificultosa o no existir con los integrantes de otra. Hay que ser cuidadoso con los antiguos habitantes, pues no todos son iguales.
-Pero todo esto no me aclara lo de la chica del arroyo…
-¿Te invitó a ir con ella o no?
 –Sí, lo hizo-
-¿Y que más te dijo?
-Que nos veríamos mañana y que me llevaría donde ella vive…
-¿Ves? Cuando mañana por la mañana salgas de esta casa ya nunca volverás como eres ahora…
-¿No volveré más?
-No volverás igual…
-No entiendo…
-Ella vive en un mundo distinto y después que se entra allí se cambia para siempre…
-¿Moriré?
-No, hijo…La muerte no existe tal como la piensa la mayoría de la gente. Solo cambiarás un poco… para los humanos serás un semivivo. No toda la gente podrá verte ni toda la gente podrá hablar contigo…en este lado de la vida…del otro lado tendrás una vida más completa…
-¿Y podré hablar con ustedes?
-¡Claro! Cuando quieras podrás visitarnos…
-¿Y si me quiero quedar? ¿Si decido no ir?
-¿Por qué no irte? ¡Si podrás vernos cuando quieras! Si queremos verte te llamaremos… ¿Qué hay en este lado que te guste tanto como para no pasar para el otro?
-Bueno, mirado así, solo ustedes… y si igual  podré verlos… no veo por qué no hacerlo.  Me voy mañana…
-Sí, hijo… si de este lado no encontraste lo que ella te da, cruza y sé feliz.
-Y los seguiré viendo y ustedes me verán…
-Sí, no tengas dudas sobre eso. Estaremos siempre aquí para ti…
-Está bien.
Al otro día por la mañana fue hasta el vado. Se había despedido con lágrimas de sus padres, por más que estaba seguro de que la separación sería  a medias. Al llegar al vado descabalgó y con una suave palmada le dijo al caballo -¡A casa!- y este partió al trote, sin apuro, como si entendiera…
Silenciosamente y sin ninguna prisa caminó hacia donde se sentaba siempre y la esperó.
Miraba correr el agua, fresca y ondulante entre las piedras, cuando sintió un nervioso rumor en las hojas de los árboles. “Ahí llega”-pensó- y  como la misma brisa que sopla a veces al mediodía en los otoños o en las primaveras, tibia y cautivante, llegó…Su largo pelo negro suelto, sus ojos oscuros y enmarcados en cejas que eran audaces trampas, su sonrisa frágil, esquiva y tan hermosa y una figura que capturaría cualquier mirada que se cruzara por su camino. Llegó. Joao Jesús solo dijo, antes de darle un ligero beso en sus labios –Aquí estoy- y abrió los brazos diciéndole -¡Todo para ti!-
Ella se ruborizó y luego de sentarse junto al agua le dijo -¿Hace mucho que me esperas?
-No, apenas un rato. ¿Cómo pasaste tu día?
-Oh, bien, extrañándote…
-¿Me extrañaste?
-Sí, mucho… ¿Tú no?
-Sí…y no entiendo porqué cuando no estoy contigo siento como que me faltara algo…
-¡Yo me siento igual!
Se miraban fijamente y sus ojos se llenaron de lágrimas.
-¿Estás seguro de que quieres conocer a mi familia y vivir conmigo?- le preguntó ella
-¡Claro que estoy seguro! ¿Ya les hablaste de mí?
-¡Sí, y quieren conocerte! ¡Vamos!
Se marcharon juntos entre la espesura, deslizándose entre los ocultos senderos que solo los antiguos habitantes conocen, hacia una vida que a todos nos gustaría merecer.
Cuando a sus padres les preguntan por Joao Jesús, ellos dicen simplemente “está en el otro lado” y en Dos Ríos todos los entienden.
                        
                                             FIN