miércoles, 4 de enero de 2012

LOS RETRATOS


Llegaron una tarde tan tranquila y fresca como eran todas las tardecitas de marzo en ese caserío. El mapa hecho a mano, que llevaban con las referencias más importantes para llegar a la casa, era tan preciso que no tardaron en estar frente a su puerta.
El descuidado parquecito, con sus malezas, la hojarasca, los canteros abandonados, los árboles sin podar y el friolento anochecer sacudieron sus cimientos sedentarios y no mejoró tampoco su ánimo al entrar a la casa, pues sabido es que nunca es agradable un lugar que además de desconocido ha estado abandonado durante largo tiempo. Después de haber bajado del coche algunas cosas indispensables –lo demás quedaría para la mañana-, no estuvieron mucho rato más despiertos. El cansancio del viaje y cierta intención de esperar el día para entendérselas con la morada los hizo buscar un dormitorio, preparar la cama y dormirse rápidamente.
Al despertar todo era diferente. Lo que vieron, a pesar de su polvoriento abandono, tenía un no sé qué de hogar y al abrir las ventanas se esfumaron definitivamente las amenazantes sombras de la noche anterior para dar lugar a la agreste vegetación alguna vez domesticada de un jardín. Luego de la descolorida valla, las verdes praderas salpicadas aquí y allá por islotes de eucaliptos eran la colorida vista que los acompañaría mañana a mañana, cada vez que recién levantados abrieran la ventana de su dormitorio. Más lejos y marcando el límite de la pradera, los espesos bosques ribereños de uno de los grandes ríos que encerraban la región vecina eran, mirados desde allí, negras y lejanas murallas que defendían vaya a saber qué reino extraño.
Soñolientos todavía y asomados a la gran ventana del dormitorio que ubicado en la segunda planta, daba al frente de la casa, los envolvió la paz y la tranquilidad de un hermoso día en un hermoso lugar. Espontáneamente se habían abrazado sin dejar de contemplar su salvaje parque donde trinaban un sinfín de aves.
-¿Qué te parece?-preguntó ella, apretando un poco más su brazo.
-Creo que es la medicina que estábamos necesitando, un bálsamo…
-Un antídoto contra esa ciudad que ya nos estaba mordisqueando hasta el alma- dijo la joven, un poco con rabia, un poco con resentimiento -¿Crees que encontrarás lo que buscas?- continuó diciendo.
-¿Tranquilidad o inspiración?
-¿Por qué no ambas cosas? 
-Será que no siempre van de la mano… Pero estoy seguro, no sé por qué, que aquí estoy cerca, muy cerca, de La Musa Esquiva, como habría que llamarle.
-¿Te agrada entonces la casa?- Había sido ella la que había pedido prestada la casa a una pareja de amigos, jóvenes como ellos y que casi nunca iban al campo. Por eso se sentía responsable y algo inquieta por la opinión de su pareja…

Las cosas hacía tiempo que se les habían puesto difíciles. Aunque los dos rondaban los treinta años de edad habían tenido una forma bastante despreocupada de vivir. El era uno de los pocos privilegiados pintores que lograba obtener cierto dinero por sus cuadros. Ese dinero y el empleo de oficinista de ella les daba lo suficiente para llevar una existencia a tono con sus informales pretensiones. Pero de pronto dejó de pintar. Ya no se sintió capaz de llevar ningún pensamiento a las telas, ni captó más realidades con sus colores, antes tan expresivos, otrora tan amigos.
El dinero comenzó a faltar. El se desesperaba tratando de pintar algo, rabiaba, no dormía, casi no comía y no fueron pocas las veces que cuando ella llegó del trabajo lo encontró llorando de desesperación. Estaba intratable. Al principio el sexo funcionó como una terapia para ambos pero luego, como si fuera otro síntoma indeseable de esa especie de enfermedad que lo aquejaba, su cuerpo dejó de responder a las necesidades de su compañera o a las de él mismo. Pero a pesar de la creciente tensión, a pesar de las mutuas decepciones y de alguna velada recriminación no se separaron. Quedó claro que no solo el sexo los unía y aunque estaban abrumados por el cariz que había tomado su existencia en común se dieron cuenta de ello y sacaron conclusiones: aunque nunca habían creído mucho en el amor, se amaban y no podían permitir que una crisis, por fuerte que pareciera, los venciera.
Fue en ese momento que se sintieron más unidos que nunca y que comenzaron a luchar para salir del terrible pozo en el que parecían haber caído. Pocos días después ella apareció con la noticia de que había conseguido una casa –una hermosa y antigua casa-quinta según le habían dicho-, lejos de la ciudad –también le habían dicho, un poco en broma, que estaban lejos de todo- y a donde podían ir si lo deseaban. No hubo ni discusiones ni profundos análisis… bastó una mirada y comenzaron a hacer las maletas. Cargaron todo –incluyendo abundantes lienzos, pinturas y el caballete- en el desvencijado automóvil que les pertenecía –muchas veces hablaron de venderlo pero al final siempre desistían- y se marcharon.
Cuando salieron finalmente de la ciudad no pudieron disimular un profundo suspiro de alivio, que no sabían decir si era físico, mental o ambas cosas.
Jóvenes como eran y con la fuerza del sentimiento que los unía se sentían, por primera vez en largos meses, optimistas.

La pregunta lo arrancó de su ensimismada contemplación.
-¡Claro que me gusta!- contestó –Ya me siento mejor, más vivo, más capaz…
-Tienes que ver donde vas a instalar tu taller… Creo que hay otro dormitorio tan iluminado como éste del otro lado. Podríamos organizar allí tu campo de batalla, total, nadie excepto nosotros habitará este reino por lo menos durante seis meses, o por lo menos eso me dijeron.
-¿Por qué tanto apuro?- dijo él sonriendo -¡Tengo un hambre atroz y ni siquiera nos lavamos la cara. Además, tenemos el coche lleno de cosas para bajar –y agregó, con una vitalidad ya olvidada en él –Luego, antes de arreglar mis trastos, podríamos ir a conocer un poco del caserío ¿No dice el plano que hay una especie de minimercado o almacén de ramos generales? Podríamos visitarlo, por lo menos para ver si tienen algo exótico para comer.
Ella, soltando una sonrisa le abrazó, contenta por su entusiasmo.

El almacén era fácilmente ubicable, por lo menos de día. Quedaba a unos mil metros de la casa donde vivirían. Había una amplia superficie limpia de malezas y pastos frente a él y varios carteles anunciando bebidas refrescantes –algunas ya extinguidas- enmarcaban sus dos entradas. Junto a una de estas grandes puertas y atados a tres añosos árboles que sombreaban más de la mitad de la construcción, se hallaban dos caballos ensillados. Luego averiguarían que aunque en el interior no existía tabique o separación alguna, por esa puerta se entraba al bar, directamente al mostrador y a la mesa de billar, zona de hombres, de juegos de naipes, copas y charlas de carreras de caballos…
La otra puerta daba al almacén propiamente dicho.
Entraron con cierta cautela y titubearon ante los olores que luego llegarían a serles familiares y hasta simpáticos, pues a diferencia de la asepsia que por lo menos se pretendía en los grandes mercados de la ciudad allí los aromas flotaban libremente… vinos, quesos, embutidos, galletas de campaña, arreos y botas de cuero, ropa, algunas verduras y frutas de estación, junto con otros propios del bar cercano y alrededor del mostrador, que desde allí llenaban toda la estancia.
Los aromas y esa sensación de sentirse forasteros. Antes que observadores se sintieron observados, lo que aumentó un poco la incomodidad natural que sentían… Pero todo cambió cuando fueron atendidos por una señora de algunos cabellos canos, que de una puerta algo disimulada por las anchas estanterías había aparecido del otro lado del mostrador. La simpatía con que se dirigió a ellos los hizo sentir inmediatamente más cómodos. La presentación fué tan cordial que cuando lograron ser conscientes del encantamiento ya estaban saboreando dos formidables sándwiches de pan y embutidos caseros con una bebida refrescante frente a ellos. Mientras comían, la matrona trataba de enterarse de los datos indispensables de sus jóvenes clientes.
-¿Cómo se llaman? Ah, Miguel y Berta. ¿Se quedarán mucho tiempo?¿Hace mucho que son casados?¿No son casados? Bueno… ¿Hace mucho que viven juntos? ¿Tienen hijos? ¿No? Nosotros –dijo haciendo un gesto hacia el bar- tenemos una hija. Ese retrato se lo hizo mi marido Pedro, hace unos años –señaló un retrato de regulares dimensiones enmarcado en cuatro rústicas tablitas que estaban en la pared, entre diversas cosas, estantes, almanaques, muestrarios… Miguel se acercó interesado, dejando de masticar por un momento –habían llegado con un apetito atroz-. Lo miró detenidamente y dijo –Está hecho con… ¿bolígrafo azul? ¡Es precioso! ¿Dijo que lo hizo su marido?
-Claro, Pedro, el que atiende el bar. ¿Por qué, le gusta?
-Es que tiene una delicadeza y una perspectiva que…-quedó mudo unos instantes.
-Miguel es pintor- le dijo Berta a la señora.
-¿Pintor de qué, de paredes o de cosas?
-Pintor de paisajes y de cosas, bueno, no es retratista, no dibuja personas y –dijo sonriendo- también llegó a pintar las paredes de nuestro apartamento, aunque seguramente preferiría no vivir de eso.
En ese momento Miguel dijo –Quiero conocer a su marido y felicitarlo porque tanta exquisitez no es común, ni esperé encontrar algo así en un lugar como éste.
-Jovencito, que estemos alejados de las ciudades no significa que seamos unos brutos. Es más, la verdadera sensibilidad, verán, se adquiere aquí, en el contacto con la naturaleza, respirando de este aire… y bebiendo de un vino casero que hacemos con nuestras propias uvas –dijo finalmente sonriendo- que tienen que ver lo que es… ¡Ese vino es una exquisitez! Vamos a conocer a Pedro. No se preocupen de que no hable mucho porque cuida las palabras como si tuviera miedo de que se gastaran. Por eso yo hablo por los dos.
Don Pedro ciertamente era bastante parco, pero se notó orgulloso cuando el joven pintor lo felicitó por la belleza del retrato. Cuando le dijo que él también pintaba –aunque no dominaba el excelso arte de retratar-, una luz de interés le cruzó por el rostro y desde ese momento la base de una incipiente amistad quedó plantada entre los dos hombres. En esa oportunidad, sin embargo, no llegaron a cruzar más que un par de palabras pues cuando Miguel observaba a su alrededor vió algo que inmediatamente capturó su atención. Allí, entre una ventana que daba al campo y una gran estufa de chimenea, que lucía sobre una amplia repisa trofeos de competencias hípicas y de caza, estaban Ellos. En total eran más de una cincuentena, de tamaño mediano, que llenaban el enorme espacio que les había sido asignado. Los rostros, estaban la mayoría dibujados con la popular tinta azul de bolígrafo, pero había muchos con tinta negra de pluma fuente que les daba un toque más que expresivo. Justamente la expresividad de los rostros fué lo que más le llamó la atención a Miguel. Cuanto más contemplaba a uno y otro, más detalles descubría en ellos, detalles que no hubiera sabido describir con exactitud, así, con una vista rápida de ellos. Le cortó su ensimismada contemplación la matrona de la casa al decir:
-¿Dónde se están quedando?– Berta le contestó.
La señora siguió –Esa casa debe de estar un poco desarreglada ¿No, Pedro? ¡Habría que mandar a alguien para que les arregle un poco los canteros y los limpie de malezas y pastos! –Una especie de ruido afirmativo le respondió desde el mostrador. –Ahora  que recuerdo- prosiguió la mujer- podríamos decirle a Francisco, total, un poco de movimiento no lo va a matar.
Mientras la conversación se seguía desarrollando se iban alejando del bar hacia el otro lado, hacia los dominios de la dueña de casa. Miguel estaba obviamente contrariado porque quería seguir observando los retratos y preguntando acerca de ellos, pero parecía de obvio mal gusto cortar el amable interrogatorio al que la señora los seguía sometiendo. Sus edades, en qué trabajaban, en qué lugares habían vivido, sus anteriores experiencias en el campo, fueron algunos de los tantos temas que se tocaron en la charla, a la vez que ellos preguntaban tímidamente algunas cosas que les permitieran irse enterando del tipo de existencia de aquellas gentes, que en algunas cosas parecían tan distintas de ellos.
Cuando se retiraron a su nueva casa se sentían más del lugar, más cómodos. Desempacaron, cocinaron y se dispusieron a encarar esa nueva vida.

Los días fueron pasando. El ritmo de vida del lugar fué lentamente, hora a hora, día a día, metiéndose en ellos y fueron sucediéndose cosas que por su natural velocidad ocultaron parte de su importancia.
La casa donde vivían fue de a poco reacondicionada por Don Pancho, un asiduo concurrente al boliche. El parquecito mostró pronto su escondida civilización y su calma y frescura eran una invitación a la contemplación. Su vida social era más agitada de lo que hubieran esperado pues las visitas al almacén se hicieron diarias y más largas, prosperando cierta esperada complicidad entre las mujeres por un lado –pues sentían verdadera curiosidad por el tipo de vida de la otra siendo todo fuente de comentarios y cambio de puntos de vista- y los hombres por el otro, que pasaban gran parte de ese tiempo en el bar –o el lado masculino del negocio-, introduciéndose en temas tan nuevos para uno como viejos para el otro como eran las faenas del campo, esquilas, yerras, domas y criollas, pencas y el cultivo del trigo, la soja y del girasol. Allí la relación tomó algunos matices propios pues Don Pedro era por naturaleza algo parco de palabras y el joven pintor a veces se quedaba sin idea alguna para seguir una conversación. Quizás no había aprendido que los silencios enriquecen tanto una conversación como las palabras y de ahí que se inquietara a veces por las prolongadas pausas de Don Pedro, que con el vaso siempre a mano parecía rumiar alguna duda sobre el tiempo. A pesar de esas contrariedades el joven de a poco fue aceptado culturalmente, en la medida que podía llegar a opinar del clima como uno de ellos, o conversar sobre todas las cosas que son temas de intercambio en el ambiente campestre. Don Pedro estaba también complacido con el nuevo parroquiano aunque había algo del comportamiento de su joven visita que poco a poco estaba comenzando a incomodarle y no era ni más ni menos que cierta enfermiza manera de pasarse, al principio solo unos minutos y luego horas enteras contemplando los retratos de la pared.
Don Pedro sabía de su oficio de pintor. Incluso ya lucía con orgullo en las paredes de su almacén y dentro de su casa algunos bosquejos y paisajes pintados por Miguel. Este le había comentado también de las serias dificultades que estaba pasando, de la falta de inspiración, de la ausencia de creatividad, de que hasta ese momento habían logrado vivir, sino exclusivamente pero no en parte despreciable, gracias a la pintura y de los apuros económicos que pasaron cuando dejó de pintar. Por eso fue que sabiendo de sus aflicciones y de la búsqueda constante de eso que el joven llamaba inspiración, al principio no se preocupó por la ligera atención que comenzó a prestarle a Los Retratos. Al principio, como a todo forastero de paso, los retratos le habían dado cierta curiosidad, nada extraño, pensó Don Pedro, pero luego…

Las oleadas de enajenamiento, casi de trance, estaban resultando febrilmente fructíferas pues desde hacía una semana estaba produciendo a un ritmo intenso y vertiginoso, casi alucinante. Esto lo ponía eufórico, a veces irascible, a veces exageradamente cariñoso, en altibajos donde la acumulación de tensión y su descarga eran el circuito de donde brotaba su creación. Era extraño que lo que más lo abstraía no era el paisaje de los alrededores, ni algún domesticado “aleph” de la casa sino los retratos del boliche. Aparentemente alcanzaba con su contemplación para entrar en un estado de trance que podía durar horas. Curiosamente no era su compañera la que estaba más preocupada por la extraña ventana que había elegido su marido para sus exploraciones sino el almacenero. El buen hombre estaba visiblemente nervioso por esa inexplicable costumbre de su novel amigo de quedarse en larga contemplación, mientras fumaba distraídamente, tomando algún café –que aunque no era el express soñado bebíalo con verdadero entusiasmo- o saboreando alguna masa casera o simplemente haciendo nada, mirando nomás, ceñudo.
Cierto día que estaban solos Don Pedro le preguntó a la chica –A veces se porta algo raro su marido ¿no?-
-¿Por qué pregunta? A mí me parece bastante normal.
-Sí, pero eso de estar horas como sin movimiento frente a esos dibujos…
-Encontrará algo que lo atrae o que le llama la atención, por eso los mirará…
-Pero sabe, señora, no es bueno mirar tanto esos retratos.
-¿No es bueno? ¿Y por qué están ahí entonces?
-Están ahí para recordar, pero no para estarlos mirando como su marido, no es bueno.
La mujer estaba a esa altura bastante intrigada y preguntó -¿Puede saberse de quién son esos retratos?
-Los hemos ido juntando de a poco…-titubeó, incómodo- Es de gente que ya no está, señora.
-Pero los ha dibujado usted, sin duda, así que los conoció, estuvieron aquí…
-Sí, a la mayoría los conocí. Algunos vinieron, otros eran de aquí… Pero ya no están más, ninguno de ellos.
-¿Pero qué sucedió, no puede decirme, se marcharon, se murieron, qué les pasó?
-Simplemente se fueron, nada más y preferiría no hablar más del tema por hoy, por favor-.
Al parecer habían ido ya suficientemente lejos y no tendría más respuestas a su curiosidad, por lo menos por esa tarde.

A la noche, cuando le comentó a su compañero la charla con Don Pedro, éste contestó:
-Te dijo la verdad, es gente que se fue.
-Pero dijo que no sabía que había pasado con ellos, que solo desaparecieron…
-Es que no saben… creen que se los llevó el viento.
-¡Vamos querido! ¡El viento!
-Hay un viento, uno en especial, que sopla en días extraordinarios hacia Dos Ríos, esa tierra que se vé donde termina el horizonte. Ese viento, lo que trae consigo, su aroma, su fuerza, captura personas y se las lleva.
-¿Y vos crees eso?
-De esa gente son los retratos en la pared.
La mujer, ante lo que parecía no tener gran sentido, clasificándola quizás como absurda y poco creíble información, sonrió de forma un tanto nerviosa, como descargándose.
-¿Y quién te ha contado todo eso del viento?
-Fue Pancho, el veterano que estuvo limpiando los jardines. Pero no ha sido el único. También he hablado con Don Pedro sobre eso.
-¡No entiendo como podés creerles! ¡Y tampoco entiendo por qué estás tan obsesionado con esos dibujos! –más que enojo había resignación en sus palabras- Además fue el mismo Don Pedro el que me dijo que mirar tantos esos retratos puede ser peligroso.
-¡No me importa lo que diga ese buen señor! Estoy logrando con mis pinturas cosas que nunca antes había ni siquiera soñado. Mejoré mi calidad, afiné mi percepción, llego a donde quiero llegar… y todo eso gracias a esas ventanas, o puertas o retratos, como quieras llamarles. Recuerda además para qué vinimos y lo mal que pasamos cuando dejé de pintar. Tengo ya como quince bocetos que realizados, cualquiera de ellos, pueden significar nuestro mantenimiento de seis meses enteros o más aún. En ellos tengo nuestra deseada gira al exterior, mi fama definitiva y dinero por mucho tiempo. No tortures mis escapes solo porque paso un rato mirando unos casi inofensivos retratos en la pared.
-¡No es solo un rato, mi amor!- dijo ella, acercándose y tomándolo cariñosamente de las manos –Pasas horas enteras con la vista fija en ellos…-y agregó rápidamente-¿Porqué has dicho que son “casi inofensivos”?
-Porque hay algo en ellos que no sé…Es como si quisieran decirme algo… A veces parece que me llaman, que me dicen que existe un mundo sumamente bello y distinto y que si queremos podemos llegar a él…-
-¿Si queremos llegar…? ¿Yo estoy incluida?
-¡Sí, ambos! Pero luego me resulta imposible descifrar el resto… aunque he intentado continuar no he podido llegar al fondo de esos mensajes… -había palpable frustración en sus palabras-.
-Está bien- dijo finalmente ella, luego de un corto silencio. –En realidad no quise incomodarte, pero tienes que comprenderme si quieres que yo haga esfuerzos por comprenderte. Me he puesto nerviosa, supongo que innecesariamente, pero prometo no molestarte con mis inquietudes si me haces partícipe de tus impresiones y progresos, en cualquier lugar donde ellos estén –refiriéndose obviamente a sus pinturas o a sus reflexiones o a sus frustradas comunicaciones con los retratos-. Pensaba que la participación –aunque fuera como recipiente pasivo de las inquietudes de su compañero- podía ayudarle a hacer más llevadera la situación.
-¡Mi vida! ¡Por supuesto! Y te pido disculpas por aislarme tanto a veces, pero es que me encierro en ese mundo tan alejado de la realidad y tan mío que dejo de mirar hacia los costados, aunque tenga cosas realmente hermosas a mi lado –terminó sonriendo-. Tienes que ser tolerante con este pobre pintor que hacía tiempo que no sabía lo que era la inspiración.
Se besaron y esa noche rubricaron con sus cuerpos lo que sus espíritus y sus mentes habían dicho y sentido momentos antes.

Sobre la madrugada, Berta se despertó sobresaltada. Seguramente la había despertado el ruido de los truenos o las brillantes luces de los relámpagos. Estaba sola en la cama. Se sentó y vió la ventana del dormitorio abierta y a Miguel recostado en la barandilla, mirando algo a lo lejos. Se levantó pausadamente y ya junto a él le preguntó -¿Qué ves?
El se dio vuelta hacia ella pero no pareció sorprendido. Le sonrió y señaló –Allí amor, en el horizonte, rumbo la tierra que llaman Dos Ríos-
Ella miró. La tormenta era muy violenta y el fogonazo de los relámpagos iluminaban todo como un monstruoso flash fotográfico. Les pareció que llovía, allá a lo lejos, pues una cortina parecía enturbiar toda la visual.
-¿Ves algo?
Y vió…En el cielo, sobre la tormenta, había otro mundo, otra tierra, soleada y paradisíaca. Vió bosques, animales, poblados con  pequeñas casas de una planta y también vió personas. Todas parecían ocupadas en tareas relacionadas con el campo y no parecían darse cuenta de que eran observados. Pero luego sucedió algo extraño… en un raro efecto parecieron acercarse a la verde planicie que flotaba entre rayos, oscuridad y lluvia. Así pudieron observar de cerca los rostros de la gente que realizaba tareas allí y pudieron sentir la inmensa sensación de paz, la desbordante alegría interior que parecía surgir de la gente, de todas las cosas… y fueron vistos. Algunos de ellos, jóvenes, vitales, parecían gritarles…Era imposible escuchar algo pero sí entendieron las señas y ellas decían: “Vengan, vengan con nosotros, los estamos esperando…”
Quedaron muy impresionados, especialmente Miguel que hubiera jugado el mejor de sus cuadros a que había reconocido algunos de esos rostros.
Cuando se comenzó a disolver la tormenta, se comenzaron a alejar, se hizo más difícil mantener la visión y finalmente terminaron en la terraza, abrazados y con el cielo solamente cubierto de estrellas.

Se levantaron algo más tarde de lo habitual y no conversaron de lo que había sucedido la noche anterior, pues tenían el presentimiento de que habían vivido un suceso extraordinario, lo que los dejaba con la duda de si había sido realidad, o sueño o visión. Pero así se sentían, como flotando en un aire raro, distinto, algodonoso y placentero. De pronto Miguel dijo:
-Tenemos que ver los retratos. Te mostraré algo que me llamó mucho la atención.
-¿Qué cosa?- dijo ella extrañada, pues más correcto hubiera sido que le dijera qué no le había llamado la atención de la noche anterior.
Inmediatamente después del desayuno fueron al almacén. Como siempre, fueron recibidos cordialmente, aunque esta vez ellos estaban con la cabeza puesta en otra cosa o en otras cosas, para ser más preciso. Los Retratos ocuparon todos sus minutos desde el momento que Miguel le contó de sus sospechas. Y allí estaban… Ella nunca los había mirado propiamente hasta ese momento. Los rostros estaban en verdad bien logrados y contenían, ¡eso era!, una expresividad poco natural, como que trascendiera lo meramente visual. ¡Parecían decir algo! ¡Ahora entendía por qué Miguel estaba tan atrapado por ellos!
En tanto, éste solo contemplaba, hasta que tras un suspiro dijo -¿Ves aquel? ¿Y aquel otro? ¿Y este, y este y este otro…?- decía, a la vez que señalaba distintos retratos -¿No los recuerdas? ¡Estaban en la visión de anoche! ¡Son los mismos!
-Eso quiere decir que estuvieron aquí y de aquí pasaron hacia ese lugar, ese lugar que está sobre las nubes y entre el cielo y la tierra.
-Es difícil de entender. Para comenzar no me queda claro si lo de anoche no fue real…
-Yo lo viví como si fuera real-dijo ella- y esto no hace más que confirmarlo.
-¿Y si le preguntamos a Don Pedro o a su señora?
De pronto sintieron un carraspeo masculino detrás suyo. Ambos giraron su cuerpo al mismo tiempo, sobresaltados. No solo estaba Don Pedro sino también su señora, contemplándolos desde hacía quién sabe cuántos minutos. -¿Y qué desean saber?- les preguntó la señora.
Ellos se miraron y finalmente Berta habló –Solo queremos saber qué sucede…-Y a continuación les narró lo que habían vivido la noche anterior.
Al terminar la narración el que habló fue Don Pedro.
-No crean que sabemos exactamente qué ocurre. Tampoco es tan simple como parece, pues todo hace pensar que ese mundo que vieron ayer existe en realidad.
-Nuestra hija está ahí- intercaló la matrona.
-¿Su hija está en ese lugar? ¿Por qué? ¿Cómo la dejaron ir?
La señora aseveró –Esa tierra que a ustedes les pareció un sueño existe tanto como existe  todo lo que nos rodea  y es un lugar pleno de paz y felicidad. Por eso le permitimos ir a nuestra hija. Todos estos muchachos y muchachas han estado aquí, antes de irse o luego de estar allí y han conversado con nosotros lo suficiente como para conocerlos y todos ellos estaban en cierta forma desilusionados…parecía que habían perdido toda esperanza de encontrar un futuro que valiera la pena vivir. Pero resultó que en el fondo estaban dispuestos a comenzar una nueva vida en un lugar mejor… era eso lo que estaban esperando y eso fue lo que les ofrecieron los retratos y el viento. Los retratos son las ventanas, las puertas y ese viento extraño, liviano y perfumado que sopla en noches especiales, ese viento, los transporta hacia ese raro país, un lugar lleno de felicidad y armonía.
-¿Cómo están tan seguros de que ese lugar mágico es tan hermoso?
-¿Ustedes creen que son los únicos que pueden comunicarse con Los Retratos?
Nuestra hija nos visita cada tanto en sueños y charlamos, les contamos de nuestras cosas y ella nos cuenta de las suyas y así hacen todos ellos con sus familias, si aún tienen interés en ello y no es extraño que también ellos nos visiten y charlen con nosotros, así como están conversando ustedes ahora.
En ese momento Berta intervino –No entiendo por qué, siendo que ustedes son la pareja de veteranos más adorable que haya conocido, su hija los dejó para irse a… -se interrumpió un momento, faltándole palabras- …otro mundo.
Contestó la matrona, con lágrimas en los ojos –Ella era una criatura adorable, preciosa y tan tierna que siempre nos preguntábamos como iba a reaccionar ante el mundo de los hombres. Se fué a estudiar a la ciudad, pero su sensibilidad la hacía tan permeable a lo horrible de la gente que cierto día volvió y llorando nos dijo que no soportaba más. Toda la maldad que veía a su alrededor o en países lejanos, los robos, la pobreza y la miseria, el hambre de los niños en la calle, la injusticia, las guerras, la perversidad, todas esas cosas le estaban haciendo un daño enorme. Por eso decidió volver y por eso cuando le contamos que existía un lugar como el que ustedes vieron, el país donde vive la gente de los retratos, no dudó ni dudamos en que era la mejor opción, por ella y por nosotros.
 Esta vez Miguel intervino –No entiendo entonces porque ustedes no la acompañaron-
Fue Don Pedro quién le contestó –Nosotros ya estamos viejos y no hay nada que nos conmueva, ni guerras ni pobreza ni catástrofes. No solo estamos tan arraigados a este lugar que es impensable dejarlo, sino que alguien tiene que contestar las preguntas, las dudas y en cierta forma custodiar esas, bueno, puertas... –dijo, señalando a los retratos-. Nuestra principal preocupación era nuestra hija y sabemos que está en el mejor lugar en que podía estar y porqué no decirlo –dijo tomando las manos de su mujer- somos felices aquí y ustedes lo saben ¿Para qué ir a buscar la felicidad en otra parte si la vivimos todos los días?
-No sé qué decir- dijo Berta –Necesito calmarme ¡Estoy conmocionada!
-Yo también necesito aclarar mis ideas- dijo Miguel.-Quizás sea mejor irnos y reflexionar sobre todo esto aunque no deja de ser algo maravilloso. Saben qué, creo cada palabra de lo que dijeron porque ahora entiendo las miradas y los gestos de ellos –dijo señalando a las caras de la pared- y sé lo que hace tiempo están intentando decirme. Nos vamos, Berta, vamos a la casa.

Esa noche sopló el viento, ese viento maravilloso que con su tibieza envuelve las flores y los árboles y a algunas personas y que sopla hacia Dos Ríos, la tierra mágica. Solo le llevó un día a Don Pedro, con lágrimas en los ojos –seguramente de alegría y no de tristeza- dibujar los dos nuevos retratos y colgarlos en la pared.
                                     FIN